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Las lluvias cayeron con una fuerza devastadora. La madrugada del viernes el cielo descargó en tan solo unas horas una tromba de agua equivalente a casi la mitad de la precipitación anual del condado de Kerr, en el centro-sur de Texas. Las inundaciones dejaron al menos 43 muertos, entre ellas 15 niños, y decenas de desaparecidos, según el balance provisional de las autoridades locales. Se trata de un suceso sin precedentes en el último siglo en la zona, una región eminentemente rural a unos 100 kilómetros de San Antonio, donde estaba instalado un campamento de verano que hospedaba a 750 niñas. Una de ellas falleció y una veintena aún no han sido localizadas.
Cuando la noche había engullido al impresionante teatro Waldbühne en mitad del bosque berlinés como en un sueño profundo y lejano de las averías del mundo, hubo un detalle que ilustró bien a Neil Young, más que, como un gran músico, como un chamán invocando las fuerzas sobrenaturales de una energía alternativa en vías de extinción, pero aún no apagada, llamada rock and roll. La cuerda de su guitarra se rompió en la trastornada interpretación de ‘Rockin’ in the Free World’ y Young, con ese sonrisa descompuesta a mitad de camino entre la tierra y el cielo, se quedó mirando en trance esa cuerda con tanta intensidad y durante tanto tiempo que pareciese poseído por algo que no tiene nombre. Él y su banda estaban prendiendo fuego a las estrellas con sus guitarras salvajes durante los más de diez minutos de uno de los himnos más emblemáticos del rock contracultural y la cuerda rota bailaba sobre el mástil desesperada y frenética. Young la miraba y se movía en semicírculos, acompañando su danza, sin dejar de estrujar el sonido como si fuera el día del juicio final.
El vértigo de la velocidad keniana ha llevado al atletismo femenino a una nueva dimensión que envuelve la noche del domingo la venerable pista de Hayward Field, la meca del fondo en Estados Unidos, la patria de Steve Prefontaine. Diez días después del gran show de la milla en París que no bajó de cuatro minutos, Faith Kipyegon, como había prometido, volvió a calzarse los clavos y, gracias a un último 400m en 59,02s, batió por 36 centésimas (3m 48,68s), el récord del mundo de 1.500m que ella misma poseía desde que lo batió el 7 de julio pasado en París. Su carrera fue el colofón, la traca final, a una sesión en la que apenas una hora antes, su compatriota y heredera espiritual Beatriuce Chebet, se había convertido en la primera mujer que corría los 5.000m en menos de 14 minutos (13m 58,06s).