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Decenas de países negocian estos días contrarreloj para evitar las subidas arancelarias del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, pero solo uno de ellos tiene a un diputado en Washington presionando para que el tarifazo vaya a más: Brasil. Uno de los hijos del expresidente Jair Bolsonaro, el diputado Eduardo Bolsonaro, está desde marzo en Estados Unidos tratando de seducir a la Administración del republicano para que maniobre en favor de su padre, acorralado en la Justicia por haber intentado un golpe de Estado. Eduardo, un abogado de 41 años, es el principal artífice, según él mismo se atribuye, de la decisión de Trump de aumentar al 50% los aranceles de los productos brasileños a partir del 1 de agosto, más que ningún otro país. También está detrás de las sanciones a los jueces brasileños anunciadas los últimos días por la Casa Blanca en respuesta a la “caza de brujas” contra Bolsonaro. Cada nuevo golpe de Trump hacia la economía y las instituciones brasileñas es celebrado con júbilo por Eduardo, mientras sus aliados se preguntan cómo acabará la maniobra más arriesgada de su carrera.
Los audios de Koldo García en su vida anterior a la llegada al Gabinete de José Luis Ábalos dibujan a un temprano conseguidor. El WhatsApp del exportero de discoteca y exasesor de ministro era, ya en 2017, un buzón abierto de la mañana a la noche al que llegan peticiones de toda índole. Koldo García es “grandullón”, ”gorrión“, “mirlo blanco”, para quienes le piden que medie con la Administración pública y que encuentre trabajo a conocidos y amigos de amigos. Para ellos hay un hombre en Navarra que lo hace todo.
A las 20.00 horas abre cada tarde la persiana gris de la tienda de alimentación ubicada en la esquina de la calle Caramuel con la calle de Jaime de Vera, en el populoso barrio de Puerta del Ángel del distrito madrileño de Latina. Es una zona que está justo en la trasera del polémico pelotazo urbanístico del fondo buitre BWRE, en el antiguo centro comercial de Aqualung. El fondo inversor, de la mano de la inmobiliaria Madlyn (de Madrid + Brooklyn), ha ido fagocitando y transformando el barrio, donde las viejas tabernas han dado paso a bares alternativos con cierto estilo vintage.
“Tengo que dejar de fumar”, se dice a sí misma mientras enciende un cigarro y da un sorbo al tercer café del día. Nada más levantarse, Sonsoles Ónega (Madrid, 47 años) escudriña las curvas de audiencia. Después, escribe, lee o hace deporte. Es su único momento de paz. “Me he impuesto no ponerme nada a estas horas salvo tú que me has jodido la mañana...”, dispara con una sonrisa cargada de retranca. Tan firme como tierna, es la “primera soldado” de su equipo en Antena 3, de su casa y de su editorial. Termina el curso con su programa siendo líder de las tardes, pero avisa: “Estoy más hecha de tristeza que de felicidad”. Y solo hay que rascar un poco para descubrirlo.
“Moléstate un poco más por mí (…) Si para ti no significa nada mi amistad, para mí mucho la tuya”. El 1 de febrero de 1935 Miguel Hernández fechó en Orihuela (Alicante) la que sería la cuarta y última carta enviada a su admirado Federico García Lorca. El poeta granadino solo le contestó a la primera misiva, en abril de 1933: “No te he olvidado. Pero vivo mucho y la pluma de las cartas se me va de las manos”.
La Universidad de Harvard y la NASA se cuentan entre las instituciones científicas más reconocibles, productivas y prestigiosas del mundo, pero están en el punto de mira de Donald Trump. La Casa Blanca ha congelado 2.600 millones de dólares en subvenciones y contratos a Harvard, la universidad que más premios Nobel ha conseguido para Estados Unidos (más de 150). A la agencia espacial, el presidente quiere quitarle una cuarta parte sus fondos, en un golpe de tal calibre que devolvería a la NASA a su nivel presupuestario más bajo desde los inicios de la carrera espacial contra la Unión Soviética.
La escena es la siguiente: un grupo de adolescentes franceses empiezan a liarla en un avión que les llevará de vuelta a casa tras un campamento en España. Interrumpen la demostración de la tripulación, sacan los equipos de seguridad para jugar con ellos, intentan coger los chalecos salvavidas, empiezan a manipular las máscaras de oxígeno, poniéndose en riesgo a ellos y al resto de pasajeros. Y, cuando se les pide que paren, hacen lo que hacen a veces los adolescentes, incluso en las mejores familias: mandar a la mierda las normas y a quien intenta imponérselas.
Mis muchos amigos de letras estarán encantados de conocer a Aeneas (Eneas), una inteligencia artificial que no solo deduce la fuente de cualquier original latino que le muestres y calcula su edad, sino que también rellena las partes del texto que se han perdido. Aeneas hace todo esto con la misma metodología que los historiadores, que consiste en comparar la inscripción en cuestión con otras inscripciones antiguas que utilicen frases similares, en un proceso largo y fatigoso solo apto para ratones de biblioteca. La máquina lo hace deprisa, sin cansarse y al menos tan bien como los eruditos. Como es costumbre en estos casos, los creadores de Aeneas aseguran que el sistema funciona mejor en colaboración con los humanos.
Confieso que he visto más conejos que políticos en los últimos días y eso me ha sentado de maravilla. Atravesar las tierras de Castilla y subir y bajar montañas leonesas y gallegas pedaleando rumbo a Santiago repara la mente y el alma, aunque no lo suficiente como para no entender lo que pasa. Porque, como nos enseñó Alicia en el país de las maravillas, seguir a un conejo y no a la cruda realidad se paga caro.