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Rebeca Carranco
Berta Vila y Álvaro González
Berta Vila, Álvaro González y María Page
Eduardo Ortiz, Julia Jiménez, Berta Vila y Álvaro González
Maite Lizundia, Lucía González y Alicia Merino
Ana Fernández
Carlos Muñoz
Mientras se debate acerca de si es realmente necesario cuidar el rostro con rutinas de múltiples pasos o si es suficiente con un par de productos efectivos, la industria de la belleza ha encontrado en la higiene íntima un nuevo camino para volver a lucrarse con la inseguridad de las mujeres. La firma Kiehl’s ya cuenta con un desodorante íntimo “formulado para brindar control del olor durante 96 horas” y Dove vende también su propio desodorante para “todo el cuerpo” que por supuesto, se emplea también en la zona genital. A través de Tacha Beauty está disponible en nuestro país el sérum V Drops de la prestigiosa firma Bárbara Sturm, “unas gotas que cuidan de la higiene íntima con prebióticos y probióticos que mantienen la microflora íntima y apoyan la función de barrera de la piel”. Natalia de la Vega, directora de los centros,explicaba a S Moda el porqué de este tipo de productos. “Empezamos a emplear sérums rejuvenecedores porque de la misma manera que necesitamos estos productos en el rostro, nos hacen falta en una zona tan delicada a partir de cierta edad, pues se produce atrofia por el paso del tiempo, los cambios hormonales, la menopausia y los partos. Y curiosamente, es una piel que no cuidamos nada, no aplicamos cosméticos”.
El primer trabajo de José Rodríguez de Arellano (Madrid, 65 años) fue recogiendo espárragos y melocotones con 17 años. Hizo la carrera de Económicas en la Complutense, luego la mili, y después encontró empleo en el departamento financiero del primer supermercado de Alcampo que se abrió en Vigo (y que durante años fue considerado como el más barato del país). A los 32 decidió que ya lo sabía todo y que trabajar para los demás era una tontería. Fundó una joyería llamada Anel y se arruinó. “Me equivoqué de socios. Era un momento complicado por varias enfermedades en la familia, me quedé sin nada”. No se para en detalles, “son cosas que pasan, como todo en la vida”. Está sentado en una luminosa sala de reuniones de Plenergy (antes Plenoil) en Madrid, la empresa que, junto a otros cuatro socios, fundaría años después y que ahora dirige. Pero antes volvería a trabajar en distribución (Eroski) y volvería a levantar otra empresa, de promoción inmobiliaria, que volvería a fracasar en los años de la burbuja. Su guía empresarial, dice, fue siempre conseguir montar algo que le permitiese vender cualquier cosa más barata que la competencia. Lo consiguió al tercer intento.
A Julio Llamazares, desde Luna de lobos (1985), se le ha dado bien escuchar a los otros y recordar el pasado colectivo a través de las voces de unos pocos. Era una inclinación de la que habían surgido sus primeros libros de poemas, La lentitud de los bueyes (1979) y Memoria de la nieve (1982), pero entonces el escritor era un muchacho veinteañero y las voces que atendía eran los ecos de su infancia rural y de las historias oídas a los mayores, no la de un padre que había luchado en la Guerra Civil y en el bando vencedor. Como no hay ley más inderogable que la del paso del tiempo, aquel joven escritor, ahora ya entrado en la setentena, solo mucho después de perder a su padre en 1996 reparó, como nos pasa a la mayoría, en lo poco que había escuchado cuanto podía o tenía que decir. Por ejemplo sobre el largo viaje que emprendió en 1937, a sus 18 años, junto a su amigo Saturnino, desde el pueblo leonés de La Vecilla hasta la plana de Castellón, ambos como voluntarios del Regimiento de Transmisiones, cruzando todo el norte peninsular hacia un frente de guerra en Aragón que podía serles remoto y ajeno. Pero El viaje de mi padre no es la crónica de aquel viaje sino del que ha emprendido Llamazares en coche, en la misma época del año, durante el que va tejiendo las etapas y encuentros de su itinerario con los recuerdos fragmentarios que le transmitió Saturnino.
Las alarmas estaban encendidas desde hacía años entre los expertos, que ubicaban al borde del precipicio a los arrecifes de coral de las aguas cálidas, unos ricos y diversos ecosistemas de los que depende además la economía de millones de personas en el mundo. Y el momento de los “daños irreversibles” ha llegado. Debido al calentamiento global causado por el ser humano estos corales han alcanzado un punto de no retorno, según advierte un estudio internacional liderado por la Universidad de Exeter y el Instituto Potsdam para la Investigación del Impacto Climático (PIK).