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¿Los estereotipos capturan parte de la realidad o están socialmente distorsionados? Un grupo de científicos quiso comprobarlo, fijándose en el caso de los sesgos de género relacionados con la edad. Para ello, analizaron 1,4 millones de imágenes y vídeos de Google, Wikipedia, IMDb, Flickr y YouTube, además de nueve modelos de lenguaje entrenados con miles de millones de palabras de internet. Su conclusión: “A pesar de que no existen diferencias sistemáticas de edad entre mujeres y hombres en la fuerza laboral, encontramos que las mujeres se representan como más jóvenes que los hombres en diversas ocupaciones y roles sociales”. También vieron que, para las herramientas de inteligencia artificial (IA), los perfiles de hombres mayores están mejor cualificados que los de las mujeres.
Una vez le preguntaron a la escritora y premio Nobel Svetlana Aleksiévich cómo grababa las entrevistas, si traía las preguntas escritas de antemano o las improvisaba, qué tipo de grabadora utilizaba. Pero ella nunca trabajó así. Ni tomaba notas ni registraba las entrevistas en ningún aparato. Podía quedarse sentada en el salón de la entrevistada durante horas. La imaginamos escuchando, sumida en la penumbra, sin ninguna prisa por marcharse. Aleksiévich hacía un tipo de periodismo que, aunque pertenezca al pasado, parece tan inalcanzable como el más remoto futuro.
En un mercado laboral tan competitivo y cambiante como el actual, la gestión del talento ha dejado de ser una función meramente operativa para convertirse en una necesidad estratégica. Hoy ya no basta con ofrecer un salario atractivo o la tan valorada estabilidad laboral. Las nuevas generaciones, y también muchos profesionales consolidados, esperan de las organizaciones algo más profundo: ser escuchados, sentirse inspirados y percibir que forman parte de un proyecto con propósito. En este nuevo paradigma, el talento no se administra como un recurso; se cultiva como una relación viva.