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Los enfermos de ELA no disponen de tiempo. Con esta premisa salió aprobada hace un año en el Congreso, casi por unanimidad (344 votos a favor), la llamada ley ELA, tras penosos años de legítimas reivindicaciones de los afectados. Aquel 10 de octubre de 2024 hubo aplausos en el hemiciclo tras votarse la norma delante de decenas de afectados y familiares, que quisieron presenciar cómo la política abría una ventana de ayuda a los pacientes de una enfermedad, la esclerosis lateral amiotrófica, a los que aún no se puede curar, pero sí cuidar.
Como dice algún experto en Oriente Próximo, si Trump consigue realmente acabar con el conflicto de Gaza, no merecerá en años venideros el Nobel de la Paz, sino también el de Física y el de Química. De momento, ha triunfado donde su más conciliador antecesor en la Casa Blanca, Joe Biden, y la más conciliadora UE fracasaron: la aprobación de un acuerdo de paz.
En un artículo titulado La tristeza del alto el fuego, publicado en EL PAÍS el pasado día 9, el filósofo Santiago Gerchunoff sugiere que quienes no aplauden con entusiasmo la tregua en Gaza son unos egoístas incapaces de alegrarse por la paz y prefieren su causa a la felicidad ajena. Se trata de occidentales expuestos a una súbita pérdida de sentido. “Lo que podría extinguirse con el alto el fuego” —escribe Gerchunoff— “es la urgencia de su causa”. Permítaseme, con el debido respeto, el gusto de discrepar.
No se vieron imágenes de mujeres sacadas de los escombros del terrible terremoto que sacudió varias ciudades de Afganistán el 31 de agosto. Las mujeres heridas quedaron abandonadas porque los rescatistas varones no podían tocarlas: lo prohíbe la absurda ley del “no mahram” (no pueden hablar con ellas ni tocarlas los varones que no sean familiares cercanos o maridos). Tampoco había suficientes médicas ni enfermeras, porque durante años se les ha impedido estudiar y trabajar. Así, muchas mujeres atrapadas bajo los cascotes murieron no solo por la fuerza de la tierra, sino por la violencia de un régimen que les niega hasta la opción de ser rescatadas tras una catástrofe. ¿Qué mayor crueldad puede existir que ver a tu madre o a tu hija agonizando a pocos metros, mientras un hombre preparado para socorrerla no se atreve a extender la mano por miedo a ser castigado? Esta es la dimensión de la barbarie que sufren las mujeres afganas, condenadas a la oscuridad y el silencio en todos los aspectos de sus vidas.
“Es indudable que cada generación se cree destinada a rehacer el mundo. La mía, sin embargo, sabe que no lo hará. Pero quizá su tarea sea aún mayor: consiste en evitar que el mundo se destruya”.
Ponzano abandona poco a poco el ponzaning. La icónica calle, que tiene casi un kilómetro de largo, simboliza desde hace años la firme apuesta por el turismo y el ocio nocturno del Madrid adinerado, el que sale a consumir sin mirar la cartera y se puede permitir ver amanecer sin la preocupación de llegar a final de mes. La calle cuenta hoy con 138 locales, 66 de ellos dedicados a la hostelería y al ocio nocturno. Hace dos años, sin embargo, eran 78. Esto representa un descenso de 12 locales, un 15% menos en apenas 24 meses.
Liliana Galindo (Bogotá, Colombia, 40 años) compara las terapias con sustancias psicodélicas para tratar la salud mental con una cirugía. “Es un cambio de paradigma. Antes dábamos medicación diaria, enfocada a tratar síntomas que en ocasiones causa efectos secundarios y con expectativa de tomarse por años. Este tipo de terapias requiere una inversión inicial importante, porque, además del fármaco, es necesario un terapeuta, un psiquiatra, una enfermera, que trabajen todos juntos, pero en un periodo corto, quizá de unos tres meses, para dar un tratamiento intensivo que busca ir a la causa de la enfermedad”. La experiencia de Galindo dice que el esfuerzo merece la pena. “En muchos casos hay una mejoría total”, afirma. Y cierra la analogía: “En una cirugía, se usa una anestesia para tolerar el dolor físico, el cirujano interviene y limpia la herida y después el cuerpo se cura. Aquí usamos una sustancia para abrir y tolerar el dolor emocional, ver la herida, procesarla y después la persona continúa con la mejoría, como en un postoperatorio”.
El ante y el entretiempo mantienen una relación complicada. Este material comparte con otros familiares de temporada –como su primo sibarita, el cashmere– una condición tan deseable como frustrante: es lujoso, suave y aterciopelado… pero también frágil, inútil bajo la lluvia y dramático frente a las manchas. Y, sin embargo, está por todas partes: en versión de lujo, en los desfiles de las marcas que después las grandes cadenas copian, en las fotos de inspiración de la temporada. Las búsquedas en Google para ‘zapatos ante’ han aumentado un 810% en el último mes en España, las de cómo limpiarlo también han crecido un 487%. Así que he aquí una guía práctica de sus cuidados para seguir la tendencia sin llevarla con pánico ante las manchas.
El mundo necesita con urgencia transformar la arquitectura de salud global tras la decisión del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, de cerrar USAID (la agencia de cooperación del país) y de abandonar la Organización Mundial de la Salud (OMS), y los recortes a la Ayuda Oficial al Desarrollo decretados por algunos países europeos. Esta es la principal conclusión de los líderes políticos, sanitarios y activistas que participan desde el domingo en Berlín el World Health Summit (Cumbre Mundial de la Salud) con el objetivo de impulsar la reforma de un sistema sanitario al borde del colapso y que, según consideran, no puede seguir dependiendo de la volatilidad de los donantes.