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¿Pueden mejorar los resultados académicos de niños, niñas y adolescentes dependiendo de qué día y a qué hora se ponga un examen? Los horarios de algunas extraescolares, ¿pueden llegar a determinar cómo es el descanso de un adolescente e, incluso, predecir cómo será su rendimiento académico y su comportamiento al día siguiente? ¿Puede ser beneficioso promover actividad al aire libre al inicio de la jornada escolar? Retrasar el horario de entrada en la ESO y Bachillerato, ¿mejoraría el descanso y el rendimiento de los alumnos en los centros educativos y facilitaría, de paso, el trabajo de los profesores? Desde el campo de la cronobiología llevan años planteándose estas preguntas en numerosos estudios e investigaciones. Con base en la evidencia científica acumulada hasta el momento, la respuesta a todas las cuestiones anteriores es un sí rotundo.
Los jóvenes que crecieron en un centro de protección de menores, bien porque no tenían familia o la que tenían no pudo cuidar de ellos, tienen un riesgo mucho mayor de sufrir situaciones de pobreza y exclusión social que el resto de la población. En concreto, un 40,9% afronta ese riesgo frente al 24,5% de los ciudadanos que han crecido en un hogar particular, según se desprende del informe Condiciones de vida tras salir del Sistema de Protección en España, de la organización Aldeas Infantiles SOS y publicado este miércoles.
Su vida se ha convertido en un torbellino. El actor Sergi López (Vilanova y la Geltrú, 59 años) acepta, como puede, ser una estrella mediática. No es que se haya hecho popular ahora, después de haber participado en más de 100 películas por media Europa (Solo mía, Pa negre, El laberinto del fauno, Una relación privada, Mapa de los sonidos de Tokio…), pero nunca ha hecho nada por prodigarse como hombre mediático. Protagonizar Sirât, filme de Oliver Laxe que ha recibido el premio del Jurado en el festival de Cannes y ha sido seleccionado como representante española para los premios Oscar, le ha situado en algo muy parecido al estrellato, y ese no es su territorio. Choca frontalmente con la forma de vida tranquila y pueblerina que le gusta llevar. “Y no me quejo, porque a fin de cuentas mi vida es la de un saltimbanqui y nosotros sabemos que hoy te puede ir bien, pero se puede acabar mañana”, asegura.
¿Cómo es la persona detrás del gobernante que tuvo que tomar la decisión final? Esa es la pregunta que trata de responder la serie documental La última llamada, que Movistar Plus+ estrena este jueves 16 al completo. Sus cuatro capítulos están dedicados a los cuatro últimos expresidentes del Gobierno de España: Felipe González, José María Aznar, José Luis Rodríguez Zapatero y Mariano Rajoy. Un capítulo por expresidente. El documental está acompañado de entrevistas a casi 40 entrevistados.
Las series y largometrajes de ficción no dejan lugar para las medias tintas: o se diseccionan a los grandes triunfadores o se narran las desventuras de los perdedores, la mediocridad se deja para la gran mayoría de los espectadores, críticos incluidos. Task, una serie con siete capítulos en su primera temporada, se incluye entre las de los perdedores, con un detalle adicional: el ambiente depresivo que condiciona la vida de todos sus protagonistas, algo que comienza a ser habitual en las creaciones de Brad Ingelsby, responsable de la excelente Mare of Easttown.
La Agenda 2030, la agenda global de desarrollo sostenible con la que todos los Estados de Naciones Unidas se comprometieron a transformar nuestro mundo, cumple 10 años con un balance tan crudo como inapelable: solo el 17% de las metas está en camino de cumplirse y ninguno de los objetivos que se proponía es probable que se logre.
El recién llegado a Palermo suele viajar hacia el sur o hacia el este, convencido de que los mayores tesoros de Sicilia se encuentran en la costa opuesta. Pero con más de 25.000 kilómetros cuadrados, la isla mediterránea esconde un sinfín de joyas que merecen el desvío, más allá del triunvirato del este, protagonizado por Taormina, Catania y Siracusa. Una alternativa es virar hacia el oeste, siguiendo los pasos de un turismo más local —principalmente italianos del norte, especialmente de Lombardía— y más auténtico. “Auténtico” no debe sonar a tópico, o no demasiado, porque precisamente lo que hace atractivo este rincón es también lo que disuade a muchos: es mucho menos accesible que la costa este, a la que se puede llegar en autopista desde Palermo o directamente en avión a Catania.
Vayamos a casos reales: la amiga que, tras borrarse todas las aplicaciones, hace un scroll en las imágenes de su propia galería a falta de una dosis de exposición ajena; el opositor que cambia su smartphone por un cacharro analógico y se sorprende trasteando con el teclado por la sección de ajustes; o el colega que se autoimpone ir al cine o al teatro para aguantar dos horas sin despistes. Y hay muchos más. La vampirización a la que estamos sometidos por nuestros dispositivos conduce a la búsqueda de espacios seguros. A renuncias fútiles en modo avión, a tentaciones desterradas al enchufe más lejano.
Hay tiramisú clásico, de pistacho, de frutos del bosque, de chocolate con banana, de avellana y de caramelo salado. Para refrescarse, helados diversos, como de cremino pampi y de pistacho. Un bocado dulce, en forma de crostata, cannoli grandes y pequeños de crema de cacao con avellana o de pistacho, suspiros, biscottini y ciambellone. Allí se habla de café espresso, de mascarpones y de la cultura del Imperio Romano. Se llama Pompi, lleva abierto en Italia desde 1960 y hace seis meses se lanzó a la aventura española con un primer establecimiento… en Segovia. Pudieron elegir otras ciudades más grandes, pero optaron por la del Acueducto precisamente por esa conexión romana. La tienda la regentan Gabriele Naponiello y Darío Esteves: aquel, el nieto de la saga transalpina, heredero de un abuelo que empezó vendiendo leche; este, el “pesado”, fascinado por el tiramisú, que se emperró en traerlo a España. “Estamos muy contentos, está funcionando mejor de lo esperado, más romano que Segovia no hay en España”, celebra Naponiello ante el éxito de su producto.
Nos hemos acostumbrado a cocinar con vino, jerez o brandy. Incluso el vermut tiene ya su lugar en más de una receta. Pero la cerveza, la mayoría la sigue viendo solo como bebida de acompañamiento. Sin embargo, usarla en la cocina, sobre todo en marinados, es una herramienta deliciosa, versátil y todavía poco explorada. Si eliges bien el estilo, puedes aportar acidez, amargor, dulzor o toques tostados sin añadir nada más. Todo eso ya está en la cerveza. Solo hay que saber verla como ingrediente.