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“Occidente está perdiendo toda su credibilidad al permitir a Israel que haga lo que quiera”. Lo ha dicho el presidente francés, Emmanuel Macron, quien parece ser consciente de que los ciudadanos europeos no entienden por qué sus gobiernos no han reaccionado de manera mucho más enérgica a la tragedia de Gaza. Parte de esa inacción es comprensible por una lógica implacable: Europa no pinta nada en Israel. Allí no es vista como un interlocutor importante. También es explicable por la habitual división europea en cuestiones de política exterior. En el conflicto palestino-israelí existen, al menos, cuatro bloques diferenciados: el ala más crítica, liderada por España y apoyada por Irlanda, que pide el reconocimiento inmediato del Estado Palestino y una suspensión total de la compra y suministro de armas europeas a Israel. En el punto medio, Francia (junto con Reino Unido y Canadá) quienes están criticando duramente al gobierno de Netanyahu, al tiempo que proponen reconocer de inmediato un Estado palestino si se libera a todos los rehenes y Hamas se rinde. Otro bloque, los “amigos” de Netanyahu en Europa, liderados por el húngaro Viktor Orbán, y un cuarto actor, tal vez el más importante, Alemania, para quien la seguridad de Israel es, oficialmente, una “razón de Estado”, una exigencia política indiscutible tras el Holocausto.
La primera subida de temperaturas en Madrid no pasó desapercibida, menos en los centros educativos, donde todos los años se sufre por el calor. En un colegio en Rivas el termómetro marcó 32 grados a las 12.45 de la mañana en una clase de quinto de primaria. En otro, Sergio, un estudiante de 7 años del Colegio de Infantil y Primaria Leopoldo Alas, en La Elipa, terminó en el hospital luego de estar mucho tiempo en el patio de su cole, donde no hay ni un metro cuadrado de sombra. “El niño tuvo actividad de gimnasia al aire libre. Se comió un bocadillo a la sombra y luego corriendo se sintió mal. Mi marido fue a recogerle y estaba ardiendo con 39 de fiebre y fueron a Urgencias”, cuenta por teléfono a EL PAÍS su madre, Carolina África. El parte del Hospital Infantil Universitario Niño Jesús, del que tiene copia este diario, dicta un diagnóstico de insolación.
¿Puede el vino ser arte? Para Marta Cortizas, la respuesta es un sí rotundo. La última ganadora del Campeonato de España de Sumilleres siempre pensó que se dedicaría a la música, la danza o la interpretación. La misma sensibilidad que la llevó a estudiar Bellas Artes le permite moverse ahora con resolución en un mundo de aromas y sabores, improvisar con naturalidad en la atmósfera estresante de una competición de vinos o deslizarse como una bailarina por la sala del triestrellado El Celler de Can Roca de Girona, donde trabaja como sumiller.
En su volumen Breve tratado cocinado a fuego lento, Jean-Pierre Ostende afirma que saber y sabor tienen como origen el verbo latino sapere, del que derivan sapor (sabor) y sapiens (sabiduría). Sabor y sabiduría están presentes en el steak tartar que Pablo Tomás ha refinado en el restaurante Sintonia (en el barcelonés hotel Gallery), donde en marzo se superaron los 25.000 steaks despachados (en menos de cinco años) y donde se ha convertido en su incontestable seña de identidad. Basta esa cifra para preguntarse qué tiene: “El plato nos representa”, explica Tomás, “por su presentación en sala, elaborado sobre una cabeza de buey.
Raúl es un padre separado. Su hijo se llama Dani y su novia, Paula. Dani tiene seis años, vive con su madre y pasa los miércoles y los fines de semana alternos con Raúl y con Paula. Paula adora a Dani, pero no acaba de encontrar su espacio en esa familia. ¿Cuál es exactamente el papel de una madrastra? Un día, Paula se enamora de otra persona, una mujer, se marcha definitivamente de casa… y se pregunta a partir de entonces qué relación tendrá ahora con un niño con el que ha compartido cinco años de la vida de ambos.
“La gran pregunta es cuándo se jodió el Perú, ¿no? Cúando se torció el mundo entero”, bromea la escritora (y periodista de EL PAÍS) Berna González Harbour, té en mano. “Pues creo que fue en 2016. Ese mismo año ganaría Trump, pero todo comenzó con el Brexit. Entonces el mundo se partió en dos: entre una mitad progresista, transformadora, y una mitad que añora lo antiguo, que se resiste a morir”. González Harbour (Madrid, 59 años) acaba de recibir las primeras copias impresas de Qué fue de los Lighthouse (Destino), su última novela, en la que ha querido radiografiar el mundo occidental, fragmentado e inmerso en la batalla del relato.
Liz Pelly (Nassau, Nueva York, 35 años) llevaba desde la adolescencia escribiendo sobre música para distintos blogs y medios de comunicación hasta que se cansó de las entrevistas de promoción y de escribir artículos-lista donde resumía en cinco líneas álbumes enteros. Como buena milenial, sabía que poco quedaba de aquel internet utópico que democratizó el consumo de música, haciéndolo más accesible hasta que la piratería se convirtió en problema global. La llegada de las plataformas de streaming lo cambió todo y en 2016, esta editora decidió empezar a investigar a Spotify y sus mecanismos de consolidación corporativa a través de sus listas.
En Ciudadano Burns, cuarto episodio de la quinta temporada de Los Simpson, el Señor Burns, un anciano millonario, busca desesperadamente a Bobo, el osito de peluche con el que jugaba de niño. Este capítulo, como la película en la que se basa (Ciudadano Kane de Orson Welles), ilustra una idea que ha recorrido toda la literatura, la filosofía y el cine del siglo XX: a medida que envejecemos nos obsesionamos con revivir las ilusiones de nuestra infancia. Y muchas veces buscamos esas emociones tan puras en los objetos con los que jugábamos entonces, convertidos en talismanes. Lo escribió Walter Benjamin en 1928: “Cada hombre tiene una imagen por la que renunciaría al mundo, ¿cuántos no la buscarían en una vieja caja de juguetes?”. Casi cien años después, cuando varias generaciones de adultos hemos crecido frente a una videoconsola, muchos buscamos esa imagen mágica en un circuito de Mario Kart.
La actual gira de Guns N’ Roses tiene un título extenso: Because What You Want and What You Get Are Two Completely Different Things. En español: Porque lo que quieres y lo que consigues son dos cosas completamente diferentes. Rizando el rizo: quizá sea un mensaje para los periodistas que desean cubrir sus conciertos de 2025, porque el grupo se lo va a poner francamente complicado.
“Alguien ha llegado y ha dado una patada al ajedrez, pero las fichas han quedado en el tablero, tenemos que colocarlas de nuevo”. La frase pronunciada esta semana por Félix Sanz Roldán, militar y ex director del Centro Nacional de Inteligencia (CNI), ilustra el desafío al que se enfrenta el mundo tras el regreso de Donald Trump a la Casa Blanca. El magnate estadounidense ha sacudido el planeta al detonar una guerra comercial que cambiará para siempre las reglas del comercio mundial. “El comercio nunca volverá a ser el mismo pese a las negociaciones arancelarias”, dijo hace unas semanas Christine Lagarde, presidenta del BCE, en Fráncfort.