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La primera subida de temperaturas en Madrid no pasó desapercibida, menos en los centros educativos, donde todos los años se sufre por el calor. En un colegio en Rivas el termómetro marcó 32 grados a las 12.45 de la mañana en una clase de quinto de primaria. En otro, Sergio, un estudiante de 7 años del Colegio de Infantil y Primaria Leopoldo Alas, en La Elipa, terminó en el hospital luego de estar mucho tiempo en el patio de su cole, donde no hay ni un metro cuadrado de sombra. “El niño tuvo actividad de gimnasia al aire libre. Se comió un bocadillo a la sombra y luego corriendo se sintió mal. Mi marido fue a recogerle y estaba ardiendo con 39 de fiebre y fueron a Urgencias”, cuenta por teléfono a EL PAÍS su madre, Carolina África. El parte del Hospital Infantil Universitario Niño Jesús, del que tiene copia este diario, dicta un diagnóstico de insolación.
Es relativamente fácil encontrar alguna institución u organización no gubernamental que ayude con alimentos, con una manta o un par de zapatos a quien lo necesita. Pero es casi imposible encontrar quien ayude con los medicamentos para tratar un brote de sarna, un colesterol disparado, una infección bucal o una diabetes. Son medicamentos caros que no puede afrontar quien apenas tiene para sobrevivir. Gran parte de este trabajo lo hace en el sur de Madrid la organización Farmacéuticos Solidarios, que atiende cada semana a 1.900 familias.
El principal festival de fotografía en España, PHotoEspaña, está en marcha en su 28ª edición, que comprende un centenar de exposiciones. Con el críptico lema de Después de todo, el certamen, dirigido por María Santoyo y auspiciado por la empresa cultural La Fábrica, ahonda en los caminos en los que la imagen en papel expuesta en un marco y colgada en una pared (“la verticalidad hipercodificada”, que diría algún teórico) ya no tiene el protagonismo, sino que otros soportes y materiales se apuntan para renovar la fotografía.
“La gran pregunta es cuándo se jodió el Perú, ¿no? Cúando se torció el mundo entero”, bromea la escritora (y periodista de EL PAÍS) Berna González Harbour, té en mano. “Pues creo que fue en 2016. Ese mismo año ganaría Trump, pero todo comenzó con el Brexit. Entonces el mundo se partió en dos: entre una mitad progresista, transformadora, y una mitad que añora lo antiguo, que se resiste a morir”. González Harbour (Madrid, 59 años) acaba de recibir las primeras copias impresas de Qué fue de los Lighthouse (Destino), su última novela, en la que ha querido radiografiar el mundo occidental, fragmentado e inmerso en la batalla del relato.
Liz Pelly (Nassau, Nueva York, 35 años) llevaba desde la adolescencia escribiendo sobre música para distintos blogs y medios de comunicación hasta que se cansó de las entrevistas de promoción y de escribir artículos-lista donde resumía en cinco líneas álbumes enteros. Como buena milenial, sabía que poco quedaba de aquel internet utópico que democratizó el consumo de música, haciéndolo más accesible hasta que la piratería se convirtió en problema global. La llegada de las plataformas de streaming lo cambió todo y en 2016, esta editora decidió empezar a investigar a Spotify y sus mecanismos de consolidación corporativa a través de sus listas.
“Creo que estamos ante la recta final del hábito de ir de compras tal como lo hemos conocido hasta ahora”, escribe Mercedes Cebrián (Madrid, 53 años) en el primer capítulo de Estimada clientela. Una celebración del arte de ir de compras (Siruela), un ensayo que combina historia, experiencias personales y reflexiones sobre los comercios y los rituales que los rodean. Cuenta que en agosto de 2020 tuvo “una epifanía” en una tienda de Benetton del centro de Roma. Allí, frente a la Fontana de Trevi, pensó en cómo la pandemia de la covid había modificado los hábitos de consumo y decidió documentar qué había supuesto el ir de compras para la sociedad. Sostiene que igual que hay un “paisaje sonoro” existe un “paisaje comercial”, y lo hace recordando coplas de Martirio y textos de la premio Nobel Annie Ernaux o el heterónimo de Pessoa Álvaro de Campos.
No hay la menor posibilidad de que no ocurra lo que ocurrirá sin duda, y es que todos vamos a acordarnos varias veces al día de que hace 50 años Franco se murió por fin (para algunos de forma claramente prematura). Pero se murió también una cuanta gente más, alguno con el poder desatado de la extorsión sistémica y franquistamente protegida, como es el caso de José María Escrivá de Balaguer, fundador de una de las sectas más poderosas y destructivas de la España contemporánea, el Opus Dei. Pero entre los muchos muertos que debió haber aquel bendito año de gracia hubo otros dos de particular relevancia, Luis Felipe Vivanco —delicadísimo poeta, arquitecto sin trabajo, diarista excepcional aun secreto en su mayor parte— y Dionisio Ridruejo.
En Ciudadano Burns, cuarto episodio de la quinta temporada de Los Simpson, el Señor Burns, un anciano millonario, busca desesperadamente a Bobo, el osito de peluche con el que jugaba de niño. Este capítulo, como la película en la que se basa (Ciudadano Kane de Orson Welles), ilustra una idea que ha recorrido toda la literatura, la filosofía y el cine del siglo XX: a medida que envejecemos nos obsesionamos con revivir las ilusiones de nuestra infancia. Y muchas veces buscamos esas emociones tan puras en los objetos con los que jugábamos entonces, convertidos en talismanes. Lo escribió Walter Benjamin en 1928: “Cada hombre tiene una imagen por la que renunciaría al mundo, ¿cuántos no la buscarían en una vieja caja de juguetes?”. Casi cien años después, cuando varias generaciones de adultos hemos crecido frente a una videoconsola, muchos buscamos esa imagen mágica en un circuito de Mario Kart.
La actual gira de Guns N’ Roses tiene un título extenso: Because What You Want and What You Get Are Two Completely Different Things. En español: Porque lo que quieres y lo que consigues son dos cosas completamente diferentes. Rizando el rizo: quizá sea un mensaje para los periodistas que desean cubrir sus conciertos de 2025, porque el grupo se lo va a poner francamente complicado.
Los tres partidos que confluyen en la coalición valenciana Compromís encaran muy divididos la reunión de su ejecutiva de este lunes en la que tienen que decidir si continúan en el grupo parlamentario Sumar en el Congreso de los Diputados. Més-Compromís, el partido mayoritario y raíz nacionalista, e Iniciativa del Poble Valencià, el partido de Mónica Oltra, quemaron todos los puentes la semana pasada cuando en sus respectivas ejecutivas apostaron por posturas antagónicas acerca de quedarse o abandonar la coalición con la que se presentaron a las elecciones generales de 2023 después de que Sumar vetase la comparecencia del presidente Pedro Sánchez y de algunos de sus ministros en la comisión de investigación de la dana en el Congreso. Més, con la diputada Águeda Micó de referente, quiere abandonarlo e irse al grupo mixto e Iniciativa, con su diputado Alberto Ibáñez, apuesta por quedarse en Sumar. La tercera pata de la coalición, VerdsEquo, minoritaria, estaría más dispuesta a salirse. Sobre todo, después de que el PSOE y su ministro de Transportes avalara la última ampliación del puerto de Valencia, una obra que rechazan en una época de plena emergencia climática.