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Mientras las grúas trazan el nuevo skyline de Tetuán, los vecinos del distrito buscan en vano sombra bajo un árbol inexistente. La irrupción de promociones inmobiliarias ha sumado cientos de nuevos residentes al que ya es el distrito más densamente poblado de la capital y el de menos calles arboladas, según datos del Ayuntamiento. Los pocos solares públicos han salido progresivamente a la venta, como ha denunciado la asociación local de vecinos, que lucha porque el desarrollo urbanístico no crezca a expensas del espacio público.
Las universidades privadas (en las que había 442.485 matriculados en total en 2023) se ha convertido en un negocio de tal calibre que sus dueños se lanzan a ofertar todas las plazas que los gobiernos autonómicos les autorizan por si consiguen llenarlas. Y cada vez tienen más éxito, porque la población universitaria ha ido en aumento sin que los campus públicos (1,3 millones de inscritos ese año) sean capaces de responder a toda esa demanda.
En estas fechas, la bombera forestal Sara Gutiérrez (Las Palmas de Gran Canaria, 40 años) pasa la mayoría del tiempo esperando al fuego. Esta licenciada en Ciencias Ambientales, y brigadista antiincendios en el Cabildo de Gran Canaria, tiene que estar dos días a la semana de guardia en la base 12 horas en horario diurno y dos días localizable, luego libra y vuelve a empezar de noche. Buena parte de su trabajo consiste en entrenar y prepararse para cuando salta el aviso de incendio en la emisora.
Matar o no matar. Ese era el dilema hace 900 años. En 1120, el papa Inocencio II traspasó una línea roja al autorizar el nacimiento en Jerusalén de la Orden del Temple ante la amenaza a la cristiandad de los musulmanes. Esto suponía que un religioso —ojo, frailes, no monjes— pudiera manchar sus manos de sangre enemiga. “Ante la necesidad se había formulado la idea de una Iglesia militante, en la que sus hijos podían movilizarse con las armas contra los infieles”, explica por teléfono Carlos de Ayala Martínez, catedrático de Historia Medieval de la Universidad Autónoma de Madrid. “Matar no te condenaría porque obedecerías a Dios”.
Cuando el Señor cierra una puerta, en otro sitio abre una ventana. Se lo decía a sí misma fraulein María en Sonrisas y lágrimas, después de que la madre superiora del convento en el que ella ejercía de novicia rebelde la invitara a marcharse para convertirse en institutriz de los hijos del capitán Von Trapp.
La nigeriana Maryam (26 años) ha caído dos veces en el infierno del tráfico de personas: primero pasó más de cuatro años, entre 2019 y 2024, como víctima de una red de explotación sexual en Argelia. Cuando logró escapar, no recuperó completamente su libertad: terminó en Egipto, donde trabaja sin descanso como empleada del hogar y niñera. Recibe un pago mensual de apenas 8.000 libras egipcias (unos 141 euros), del que solo le corresponden 500 libras (menos de 9 euros) porque, primero, debe pagar a la “agente” que le consiguió el trabajo y el traslado a Egipto. “Desde el 9 de marzo estoy enferma y no sé exactamente lo que tengo. Se lo conté a mi patrocinadora pero, lejos de mostrarse preocupada por mi malestar, me espetó que no se me ocurriera emplear su dinero para pagar el tratamiento”, cuenta Maryam por teléfono, que aún está en Egipto y que prefiere no desvelar su verdadero nombre por seguridad.
Los mercados han sido, históricamente, territorios ambivalentes. Pueden proveer bienes, en todos los sentidos de la palabra, o facilitar el tráfico de productos que conllevan dolor, e incluso de mercancías humanas. Rodeando la desembocadura del río Senegal en el Atlántico, en la ciudad Saint Louis —que fue capital imperial de toda el África occidental francófona, hasta 1902— los mercados abrían sus puertas y, de allí, salían viajes transatlánticos con materias primas indispensables al otro lado del mar, y también personas esclavizadas. “Con ellas iba la mano de obra y el conocimiento de cómo cultivar arroz en los pantanos; también la música”, advierte Birame Seck, responsable artístico del Saint Louis Jazz Festival, que celebró su 33º edición, del 28 de mayo al 1 de junio.
“Me lo encontré en un club de corredores hace unos meses, no sabía su historial de ligues, pero si estuviera soltera lo hubiera intentado”, escribe una usuaria de la app Tea sobre Rae, un joven estadounidense. El comentario aparece en un vídeo de TikTok donde la autora dice: “¡Ponen reviews de él! Esta app hace el trabajo del FBI, para nosotras, chicas, mucho más fácil”.
Casi 50 años después de su reinado de mejor ciclista de la historia y ya cumplidos los 80 Eddy Merckx aún es el caníbal que solo entendía el ciclismo como un medio para cumplir su necesidad de ganar. “Cuando estaba solo delante de todos, me sentía diferente. Me sentía el más fuerte. Solo quería ganar, ser el mejor. Y creo que fui el mejor durante unos años”, decía hace nada, una proclamación de su ser que parece imposible que la pronuncie un Tadej Pogacar que, a los 26 años, tan joven aún, y pocas horas después de ganar su cuarto Tour, oye que un periodista le dice: “Obviamente tu objetivo será el quinto Tour, ¿no? ¿Te has fijado un objetivo de cuántos Tours quieres ganar?” “No”, responde muy serio. “Y obviamente no es el objetivo ganar cinco Tours”.
Dicen las lenguas de doble filo que la piriñaca cántabra es como la ubicua ensalada campera, pero con otro nombre. No he hallado una fuente fiable que confirme que se prepare sí o sí con patata cocida, tomate fresco, pimiento crudo, cebolla, aceitunas, huevo duro y atún en conserva, aunque sí tropecientas webs de recetas que lo afirman porque se copian las unas a las otras cuando Google les exige que la publiquen. La deficiente entrada de Wikipedia referente a este plato contiene dos referencias, dos, que corresponden a dos unidades de blogs de dudosa autoridad. Me estoy viniendo arriba repartiendo estopa, pero no es para menos.