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Cada etapa de la vida tiene unas necesidades distintas, también en lo que respecta al cuidado de la piel. Lo que antes funcionaba, ahora deja de hacerlo. No se necesitan los mismos cosméticos ni los mismos componentes con 20 que con 40, solamente se trata de adaptar la rutina, y a los 50, el objetivo es proteger, regenerar y reforzar.
Cuando los historiadores del futuro estudien y clasifiquen por épocas la figura de Donald Trump es muy posible que entre ellas destaquen “la era de Elon Musk”. Y los historiadores lo saben: rara vez las épocas terminan tan limpia, pública y violentamente como se clausuró el jueves pasado la del bromance, palabra que en inglés describe una amistad especial entre hombres, que unió los destinos del presidente de Estados Unidos y el hombre más rico del mundo, a los que les bastaron unas pocas horas y un puñado de mensajes cruzados desde las redes sociales de las que cada cual es propietario (Truth y X) para poner fin ante una audiencia planetaria a su idilio, menos de un año después de oficializarse.
El 12 de julio de 1998, la Francia de Zinedine Zidane y Thierry Henry le endosó tres goles a la todopoderosa Brasil de Ronaldo Nazario para levantar el primer Mundial de su historia. Fue también la victoria de un país que integraba a los hijos de su inmigración, convertidos en campeones. Más de un millón y medio de personas invadieron los Campos Elíseos tras la victoria de una Francia, al fin, abiertamente multicultural. No fue una noche sin incidentes, como se ha dicho estos días. Hubo heridos. Un coche embistió a la masa y hasta se registró una muerte. Veintisiete años después, el PSG logró su primera Champions League y la policía detuvo a 599 personas, se registraron 199 heridos, dos fallecidos y un policía en coma inducido en el hospital, disparos de mortero, pillajes en supermercados, atropellos, agresiones sexuales. Todo, mientras los ultras, a menudo protagonistas de estos actos, estaban en Múnich viendo la final. Los ministros del Interior y de Justicia pidieron endurecer el Código Penal. “Llegan los bárbaros”, clamó el titular de Interior, Bruno Retailleau.
Juan Federico Muntadas Jornet fue un visionario. Heredó de su padre unas tierras fértiles y con agua en abundancia, unos bosques y unas piscifactorías al sur de la provincia de Zaragoza. En medio de todo eso había un monasterio medio en ruinas. Pero en vez de poner en cultivo las tierras, obtener la leña de los bosques, extraer los recursos piscícolas y cinegéticos de la finca y vender los sillares del convento como piedra para la construcción, se le ocurrió darles un uso distinto: dedicar la finca al turismo. Así, a priori, puede parecer que la idea no era ni tan original ni tan peculiar. Pero si situamos la acción en 1850, entonces sí hay que reconocer que Muntadas era un iluminado.
“¿Puedo enseñar un poco el sujetador? Es nuevo y es tan bonito que me daría pena que no se viera…”, sugiere Bárbara Rey (Totana, Región de Murcia, 75 años) al fotógrafo durante la entrevista exclusiva con EL PAÍS para hablar de sus memorias. Y sin esperar a la respuesta, se desabrocha unos botones de su blusa de seda blanca y enseña un precioso sujetador de encaje finísimo. Hace décadas que colgó el látigo y las botas de domadora, pero Rey sigue siendo la ama del “circo” y controla como nadie a las fieras que la acechan. “También me gustaría que se viera esto porque soy muy española”, añade mientras levanta una muñeca en la que lleva una pulsera con los colores de la bandera de España.
Los sabores del verano despiertan nuestra memoria. Entramos en una temporada en la que podemos alcanzar la felicidad con un albaricoque maduro en la plaza del pueblo, una ración de pescaíto frito en la playa, un helado, una carne tocada por la fuerza de las brasas, unos jugosos guisantes lágrima, unas ostras que encierran los secretos del mar… Y una sobremesa que se extiende. Cosas simples.
A las 19.00 de la tarde, David y Yaily, de 34 y 23 años, ocupan los asientos del reservado al lado de la mesa de los DJ. Han pagado mil euros por estar en este lugar privilegiado. “Y no me hagas decirte lo que me ha costado la niñera”, dice él mientras presume de dos tatuajes: una bola con pinchos en la mano y una calavera mordiendo una rosa en la espalda. Son los dos símbolos de la discoteca Radical. La noche del sábado, uno de los templos de la música bakalao en el sur de Madrid, celebró la última Fiesta Naranja en la Cubierta de Leganés, su sesión más emblemática con la que lleva 25 años inaugurando el verano. “Esto es joderme la vida, como si acabaran con mi juventud. Voy a estar aquí hasta que me echen”, afirma David. Antes, su mujer se subirá a la tarima a bailar. “El año pasado lo hice embarazada”, reconoce Yaily. “Mi hijo se pegó su primera fiesta en la barriga, nació bakala”, remata él.
José Luis Escrivá (Albacete, 64 años) es economista. A finales de junio cumplirá nueve meses como gobernador del Banco de España. Antes fue ministro de Transformación Digital, tras ocupar la cartera de Seguridad Social en los gobiernos de Pedro Sánchez. Y primer presidente de la Autoridad independiente de Responsabilidad Fiscal (AIReF), bajo el Ejecutivo de Mariano Rajoy. En esta entrevista, realizada el jueves en la sede del organismo, analiza las incertidumbres mundiales, apuesta por la continuidad de la política monetaria europea y destaca las ventajas competitivas de la economía española. Aborda también los cambios y tensiones en el seno de la institución que ahora encabeza.
Viste una llamativa camisa a cuadros y un pantalón corto. El pantalón corto es amarillo y sus cuadros son diminutos. Está en el hall de un lujoso hotel de Barcelona repleto de músicos. Él no es un músico, pero una vez intentó ser poeta. Luego decidió que se le daba mejor hacer reír a los demás. Jack Rooke (Watford, Inglaterra, 31 años) es el creador de Big Boys, esa oda a la amistad entre chicos —una amistad perfecta entre opuestos decididos a quererse, respetarse y a aprender el uno del otro, cuidándose— de la que Filmin acaba de estrenar su tercera entrega.
Hizo bien la periodista Marta Nebot en lo de Xabier Fortes en TVE el jueves, cuando increpó a Javier Cercas con chulería digna de un pleno en las Cortes, acusándole de blanquear a la Iglesia católica. En la refriega, el novelista le preguntó si había leído su libro (El loco de Dios en el fin del mundo, su exploración vaticanista sobre Bergoglio), y Nebot respondió que no. Puede parecer un dislate opinar sobre un libro que no se ha leído, pero no hay otra forma de opinar sobre un libro en televisión. Si uno se toma la molestia de leer, luego le cuesta mucho ser categórico. Las opiniones se matizan, se reblandecen, se llenan de cláusulas condicionales, de peros, sin embargos, dilemas, paradojas y silogismos, y así no se triunfa en una tertulia.