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En su Libro de los seres imaginarios, escrito en colaboración con Margarita Guerrero, Jorge Luis Borges describe una especie de pájaros fantásticos, los goofus birds, que prefieren volar marcha atrás porque les importa más de donde vienen que a dónde van.
Es difícil pensar en un entorno internacional más complicado para la economía europea que el resultante de las cumbres fallidas con China, celebrada el 24 de julio en Pekín, y el desigual acuerdo arancelario alcanzado con Estados Unidos este domingo en Escocia.
La combinación de sorpresa e inocencia a veces genera las mejores preguntas: las necesarias. En 1921, un joven judío polaco, estudiante de la Universidad de Lviv, leyó una noticia que le desazonó. Poco antes, el 15 de marzo, otro joven llamado Soghomon Tehlirian había asesinado en Berlín a un político. Tehlirian era un exiliado armenio y su víctima, Talat Bajá, había sido un poderoso exministro del Interior del Imperio Otomano que fue clave en el exterminio de hasta 1.200.000 armenios entre 1915 y 1916. El estudiante polaco preguntó a su profesor que cómo era posible que una persona fuese juzgada por matar a otra mientras que esta última había estado paseando en libertad después de ser responsable de aniquilar a tantos seres humanos. La respuesta del profesor fue simple: “Si un hombre tiene una granja de pollos y decide matarlos, no es asunto de nadie. Si intervienes, te estás metiendo en lo que no es asunto tuyo”. Lo que había hecho Talat era entonces no solo un delito sin castigo, sino también sin nombre.
Cuando en los años noventa escuchaba a Ana Belén cantar ese clásico de León Gieco que dice “solo le pido a Dios que el dolor no me sea indiferente” no entendía absolutamente nada. ¿Qué dolor? ¿De quién? ¿Si algo te duele puedes ser indiferente? Supongo que cuando esa tonada sonó en todas las radios de España yo estaba demasiado ocupada siendo una niña ufana, que en julio salía del valle en el que pasaba el invierno aprendiendo a hacer raíces cuadradas para ir a una aldea de mar, a pescar luras con una tanza y a merendar bocadillos de mortadela con queso más un Drácula de postre (o una adolescente a la que todas las tardes de agosto sus amigos pasaban a recoger para ir a una piscina con tres trampolines cuyo aire olía a cloro, a hierba cortada y a salchichas a la plancha; la misma que en septiembre se ponía unas zapatillas con suela de goma para montarse en la barca vikinga y darse besos con sabor a vino de bodega o a Martini blanco calentorro a la orilla del río o en el portal de casa después de haber ido a ver los fuegos artificiales de las fiestas de la Encina). En aquellos años había quien decía que la Historia en mayúsculas se había acabado. El otro día la adulta que ahora pasa los veranos entre paredes grises en un polígono industrial se subió al metro después de un largo día de trabajo a la vez que uno de esos trovadores de vagón que se disculpan antes de nada por estar buscándose la vida en un país en el que no nacieron ni el que les apetece morir. Ella se sentó. Él se dispuso a cantar el clásico de Gieco. Ella reparó en una pegatina adherida a uno de sus altavoces. Ponía “Te añoro Pirirebuy”. Buscó fotos del paraíso perdido de aquel hombre. Vio praderas llenas de palmeras, un río ancho, cascadas. Sin saber nada de su infancia no le costó nada comprender la nostalgia y la franqueza con la que entonó la estrofa que dice: “Desahuciado está el que tiene que marchar a vivir una cultura diferente”.
La Guerra de las Dos Rosas fue el conflicto bélico que a finales del siglo XV enfrentó durante más de 30 años a las casas York y Lancaster. Una guerra intermitente y sangrienta por el trono inglés que inspiró a George R.R. Martin para escribir Juego de tronos y al escritor Warren Adler, La guerra de los Rose, una novela superventas que acabó dando lugar a una de las ficciones más controvertidas del cine comercial estadounidense de los años ochenta. Una de esas películas que parecen inviables hoy en día. O parecían, porque su remake, The Roses, es uno de los platos fuertes de este verano. Jay Roach, director de la saga Austin Powers y Los padres de ella, ha sido el encargado de darle una nueva vida y para ello ha reunido a dos prestigiosas estrellas británicas: Benedict Cumberbatch y Olivia Colman —¿hay alguna posibilidad de que alguien se crea que estas personas podrían enamorarse?— que recuperarán los papeles que en 1989 interpretaron Michael Douglas y Kathleen Turner.
En tiempos en los que las filtraciones de emails son ya parte de una cultura pop que abraza la pérdida de la privacidad en aras del disfrute de la polémica, cuando alguien decide publicar un correo electrónico -sin hackers de por medio-queda claro que su intención no es otra que buscar controversia. Ese ha sido el caso del diseñador Miguel Adrover, que ha publicado en sus redes el email en el que comunica a la estilista de Rosalía que se niega a hacer un ‘custom look’ (un traje a medida) para la cantante. ¿El motivo? Su silencio sobre Gaza. El diseñador ha publicado además un texto en sus redes en el que explica el porqué. “Hacer lo correcto… El silencio es complicidad, y más cuando tienes un gran altavoz donde millones de personas te escuchan cuando cantas. Por eso tienes la responsabilidad de usar este poder para denunciar este genocidio”, escribe. “Rosalía, esto no es nada personal. Te admiro por todo tu talento y por todo lo que has logrado. Y creo que eres mucho más que esos artistas que solo se dedican al espectáculo y al entretenimiento. Ahora tenemos que hacer lo correcto. MOTOMAMI”, zanja el diseñador.
Dentro del historial de artistas que se han peleado en un escenario, una de las personas que más cuesta imaginar en ese extremo es J Mascis (Amherst, Massachusetts, Estados Unidos, 59 años; la J es por Joseph), voz y guitarra de Dinosaur Jr., banda emblema del rock alternativo desde antes del estallido del grunge. Paciente, contemplativo, radical en su economía de palabras y gestos, ver a Mascis reaccionando a algo con emoción bien merece recibirse como un acontecimiento por sus fans o por los periodistas que intentan entrevistarle. Pero en 1989, el hasta entonces también muy tímido bajista Lou Barlow provocó su ira. Una escalada de tensiones por el carácter autoritario y los insultos privados del líder llevó a Barlow a sabotear, de forma pasivo-agresiva, un concierto tocando todo el tiempo la misma nota. En pleno espectáculo, Mascis le empujó y golpeó contra la batería.
Siete años después del accidente provocado por el desplome del muelle de madera donde se celebraba un concierto nocturno del festival de O Marisquiño en Vigo que provocó 467 heridos, el Juzgado de Instrucción del caso ha vuelto a descartar por segunda vez que el Ayuntamiento y el Puerto tengan alguna responsabilidad penal en el siniestro. Una causa que se archiva pese al flagrante fallo de seguridad que puso en evidencia la falta de mantenimiento de las infraestructuras del que sí tienen competencias ambas instituciones como firmantes de un antiguo convenio que les obliga a supervisarlas. El fallo judicial desestima así el recurso de cinco de los afectados, entre ellos cuatro víctimas, pero deja abierta la vía administrativa para seguir pleiteando.
Mientras las grúas trazan el nuevo skyline de Tetuán, los vecinos del distrito buscan en vano sombra bajo un árbol inexistente. La irrupción de promociones inmobiliarias ha sumado cientos de nuevos residentes al que ya es el distrito más densamente poblado de la capital y el de menos calles arboladas, según datos del Ayuntamiento. Los pocos solares públicos han salido progresivamente a la venta, como ha denunciado la asociación local de vecinos, que lucha porque el desarrollo urbanístico no crezca a expensas del espacio público.