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Souleyman y su mujer, Fátima, viven en un pequeño cortijo en el campo de Níjar (Almería, 33.076 habitantes) con sus dos hijos, de tres y seis años. Es un viejo inmueble rodeado del plástico de los invernaderos donde él trabaja, dentro de la finca de su jefe. Solo pagan los suministros, pero a cambio el hombre ejerce de guardia de seguridad más allá de su jornada laboral diaria, además de realizar pequeñas labores a cualquier hora. “Al final, no hay descanso”, asegura. Lo que más le preocupa, sin embargo, es el día a día de sus niños, sin vecinos cerca ni sitios donde jugar. “Todo es polvo. Estás en el campo, pero casi encerrados”, asegura. “Queremos irnos, buscar un apartamento, algo, pero no hay: aunque tengas papeles, aunque trabajes, no importa, quedas fuera”, lamenta.
Entre los asentamientos repartidos por la comarca de Níjar donde viven los migrantes, el de Atochares es el mayor. En sus chabolas, construidas en su mayoría con palés y plásticos de los invernaderos, residen unas 600 personas. La pasada Semana Santa la empresa Emanagua, que abastece al municipio almeriense, cortó tres de las cuatro fuentes del poblado. Sus habitantes se vieron obligados entonces a desplazarse a diario al único punto de agua que quedó, junto a la carretera. En abril, sin embargo, un grupo de activistas instaló nuevas tuberías para que los surtidores del interior del campamento volvieran a funcionar. “Ahora creemos que están pensando otra vez en cortarla”, alertan fuentes del tercer sector, que señalan de la relevancia que tiene para estas personas el abastecimiento de agua potable. “Imagina recoger frutas y verduras todo el día bajo el intenso calor del Mediterráneo y no tener acceso a agua potable”, advierten desde la ONG británica Ethical Consumer, que estos días ha denunciado los “abusos de los derechos humanos” existentes en las cadenas de suministros que, desde Almería, surten a los supermercados del Reino Unido como Tesco, Sainsbury’s, The Co-op o Waitrose.
Las prácticas de los grandes tenedores de vivienda ya se asemejan al modus operandi que usan los fondos buitre para vaciar edificios enteros, según denuncian inquilinos de tres bloques de pisos de tres zonas distintas de Madrid que tienen algo en común: son propiedad de la misma familia de rentistas, los Campos Cebrián González-Ruano, que tienen otros cinco inmuebles enteros en la capital. Los vecinos no se conocen entre sí, al menos hasta ahora. Unos viven en la calle de General Lacy 22 (Arganzuela), otros en Modesto Lafuente 8 (Chamberí) y, otros, en Mesón de Paredes 88 (Lavapiés), pero todos tienen algo en común: una misma familia propietaria de los tres edificios y todos coinciden en cómo ha sido el proceder de la propiedad para echarlos de sus casas: burofaxes de fin de contrato, hostigamiento, cambio de suministros sin avisar, desperfectos y humedades que no se arreglan y presencia de mediadores para empujarlos a la casilla de salida, es decir, “puro acoso inmobiliario”.
El caso Juana Rivas ha entrado en una nueva fase en Italia, tras la entrega del hijo menor de la pareja, Daniel, de 11 años, a su padre el pasado 25 de julio. Este trámite puso fin al último conflicto entre sus padres, cuando Juana Rivas decidió no enviar al niño de vuelta a Cerdeña después de las vacaciones de Navidad. Finalmente, un tribunal del Granada ordenó que fuera entregado a su padre, Francesco Arcuri, que ha regresado con el chico a su país. Pero en Italia, donde, a diferencia de España, el caso apenas existe mediáticamente, tiene aún dos frentes judiciales abiertos: un juicio penal al padre por malos tratos a sus dos hijos y, en la vía civil, el recurso de Rivas contra la decisión de asignar la custodia de Daniel a su exmarido. Es decir, no está cerrado y aún va para largo, según confirman fuentes judiciales y se deduce de la documentación de los procesos abiertos en Italia, a los que ha tenido acceso EL PAÍS.
La investigación abierta por un juzgado de Las Palmas que, hasta ahora, ha llevado a la detención de 11 personas y al cierre de dos centros que acogían a más de 200 menores, pone el foco sobre un problema que dura años pero que ahora estalla de forma escandalosa. Bajo la excusa de la emergencia migratoria, una cultura de incompetencia y maltrato se ha desarrollado entre algunas de las entidades privadas que, haciendo uso de fondos públicos, son las encargadas de proteger a los miles de menores inmigrantes que llegan desde África continental.
Es normal la desazón, y hasta el desánimo. Es normal el impulso por dejar de mirar, porque sea lo que sea lo que vaya a pasar con el mundo no dependerá de lo que nosotros podamos gritar ni de lo que nosotros podamos hacer, si nuestras capacidades son pequeñas y limitadas lo mismo que lo es nuestro tiempo. Si somos tan poca cosa.
El mestizaje de géneros y el lenguaje más literario se alían para crear biografías noveladas. Más de una docena escritores de España y América Latina han desacralizado en los últimos años el género biográfico canónico para recrear o novelar sin faltar a la verdad. Lo hacen “con herramientas más propias de la ficción, pero sin inventar cosas, para extraer aspectos significativos de estas vidas que las vidas no cuentan por sí mismas”, explica Juan Gabriel Vásquez, autor de Los nombres de Feliza (Alfaguara), sobre la artista colombiana Feliza Bursztyn, que “murió de tristeza”, según Gabriel García Márquez.
La fiebre amarilla golpea a Sudamérica como hacía décadas que no lo hacía. Desde la segunda mitad del año pasado, seis países del continente —Colombia, Brasil, Perú, Bolivia, Ecuador y Guyana— han registrado un inusual incremento del número de casos y fallecidos, lo que ha llevado a la Organización Panamericana de Salud (OPS) a declarar una alerta epidemiológica para intentar contener la expansión de la enfermedad.
En Dudmaston Hall, una señorial casa de campo de ladrillo rojo del siglo XVII, situada en la ondulada campiña de Shropshire, a medio camino entre Birmingham y la frontera de Inglaterra con Gales, se encuentra la mayor colección de arte español de los años cincuenta y sesenta en Reino Unido expuesta al público de forma permanente. Con pinturas de artistas como Antoni Tàpies, Antonio Saura o Manolo Millares y esculturas de Pablo Serrano o Feliciano Hernández, sería una colección espléndida en cualquier museo de España. En Inglaterra, sin embargo, aunque es única, también tiene el reto de hacerse conocer a un público que viaja a Dudmaston Hall para disfrutar de sus hermosos jardines.