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Francia no logra sacudirse la crisis política que ha bloqueado el Parlamento desde hace más de un año. Todo ocurre estos días a una velocidad tan elevada que el nuevo Gobierno podría no llegar al final de esta semana.
Lo dice el Financial Times y lo dice el Banco Central Europeo: la economía española destaca sobre el resto. El poder de atracción del país es patente, no solo por el fuerte crecimiento y la reducción del desempleo, sino por otras variables más difíciles de medir, que encajan en esa categoría donde cabe casi todo y que se denomina calidad de vida. “Si llamo a alguien que vive en Polonia y le digo que se venga a Barcelona, no me deja ni acabar la frase”, afirmaba la semana pasada el consejero delegado de Cellnex, Marco Patuano, en referencia a la capacidad de España de captar talento. Pese a todos estos factores, el sentimiento económico de los españoles no deja de empeorar: la encuesta Termómetro 5D elaborada por 40dB. para CincoDías y EL PAÍS mostró en septiembre que no existe una sensación de abundancia a pie de calle.
La polarización y las incertidumbres que se derivan de un contexto geopolítico permanentemente baqueteado también afectan a la filantropía y la forma en la que se encauza la solidaridad. Se ha comprobado en Palestina, Ucrania, pero también en el desastre de la dana. Lo sabe bien Pilar García Ceballos-Zúñiga, presidenta de la Asociación Española de Fundaciones (AEF) y consejera independiente de Amadeus ITGroup, una empresa cotizada en el Ibex, que tiene claro que el futuro pasa por una mayor coordinación entre las fundaciones y por estrechar la colaboración entre el sector público y el privado, una premisa que se abrazó en el Foro Demos que se celebró en Sevilla a principios de octubre y en el que participaron 400 fundaciones. “Si colaboras no sumas, multiplicas”, defiende.
En España ya casi hay más universidades privadas que públicas. En los últimos 10 años, ha habido una auténtica explosión de universidades privadas: muchas con pocos alumnos, poca investigación y, en algunos casos, sin campus ni residencias. El Gobierno quiere terminar con “los chiringuitos educativos”: centros con pocos controles y escasa garantía de calidad. La semana pasada, el Consejo de Ministros aprobó una modificación del decreto que regula su apertura. A partir de ahora, para fundar una universidad será necesario cumplir requisitos más estrictos.
Nicolás Tsabertidis
Jorge Magaz
Hace años que las estimaciones del CIS representan un mundo paralelo donde la izquierda tiene más votos. Desde la llegada de José Félix Tezanos a la dirección del organismo público, sus estimaciones han sobrestimado la suma de votos de la izquierda en 41 de 42 elecciones. Fue así en 2023 y en las cuatro elecciones de 2024 (Cataluña, Galicia, País Vasco y europeas).
Ponzano abandona poco a poco el ponzaning. La icónica calle, que tiene casi un kilómetro de largo, simboliza desde hace años la firme apuesta por el turismo y el ocio nocturno del Madrid adinerado, el que sale a consumir sin mirar la cartera y se puede permitir ver amanecer sin la preocupación de llegar a final de mes. La calle cuenta hoy con 138 locales, 66 de ellos dedicados a la hostelería y al ocio nocturno. Hace dos años, sin embargo, eran 78. Esto representa un descenso de 12 locales, un 15% menos en apenas 24 meses.
Los enfermos de ELA no disponen de tiempo. Con esta premisa salió aprobada hace un año en el Congreso, casi por unanimidad (344 votos a favor), la llamada ley ELA, tras penosos años de legítimas reivindicaciones de los afectados. Aquel 10 de octubre de 2024 hubo aplausos en el hemiciclo tras votarse la norma delante de decenas de afectados y familiares, que quisieron presenciar cómo la política abría una ventana de ayuda a los pacientes de una enfermedad, la esclerosis lateral amiotrófica, a los que aún no se puede curar, pero sí cuidar.
Me gustan mucho las calles del centro de Madrid que llevan nombres de profesiones. Tranquiliza pasear por la calle de la Madera, del Pez, de los Bordadores o de los Cuchilleros porque no reciben el nombre de algún criminal de guerra o de alguna estúpida superstición, sino de la laboriosa vida diaria. Al hundirse trágicamente un edificio en Hileras, 4, que estaba transformándose en otro hotel en el pleno centro, sentimos que las víctimas representan la verdadera ciudad, el verdadero país que nunca acertamos a ver. Ya pasó cuando se hundió el pesquero Villa de Pitanxo en los mares de Terranova. La lista de fallecidos incluía marineros de origen africano y latinoamericano, que se unían a los nacidos españoles con la fusión que provoca el esfuerzo real, el trabajo diario, ajena a ningún cálculo, a ninguna manipulación subjetiva. A principios de este verano, cuando tan solo estaba empezando la serie de incendios brutales que padecimos bajo el descuido de las políticas ecológicas, también fue llamativo que en Tres Cantos, en una hípica, el fallecido fuera un trabajador de origen rumano llamado Mircea, padre de dos hijos. Y en Lleida, en una finca de frutas en Torrefeta i Florejacs, murió el propietario de la masía junto a un empleado colombiano que dejaba viuda y dos hijas huérfanas que carecían de papeles para proseguir la vida en el país donde él dejaba la suya.
Recuerdo ver a mi madre levantarse a las seis de la mañana e ir a trabajar a pesar de que el termómetro le decía que no iba a poder con la vida. El olor a café al alba, los cacharros en el fregadero, pintarse el ojo, portazo final. Ahora el milagro de la telemática nos permite toser sobre nuestros teclados desde casa (la electricidad la paga el trabajador). Todo es mucho más cómodo en la era de la IA, también para los patronos que, como aquel de mi progenitora, se ríen de las bajas y los permisos. Yo no tengo memoria de haber acudido al centro laboral febril pero sí con el alma hecha jirones después de dejarme con un novio. Dos días de mudanza me correspondían para meter en cajas los rescoldos de una vida que ya no sería (adiós a los quince días por casamiento); después vinieron muchas jornadas en las que tuve que meterme en el baño para hipar quedamente y disimular las lágrimas que empañaba con el papel higiénico al que invitaba la empresa. Alguien me mandó una broma esta semana que rezaba: “Pon en tu CV que aguantas cuernos sin bajar tu productividad”. Me hizo una gracia triste. El poscapitalismo te permite tener sentimientos siempre que sepas disimularlos.