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“Desde aquel día, cada vez que escuchamos que viene una dana, temblamos”, confiesa María Lara, productora y cofundadora del estudio de animación valenciano Inspira, mientras señala las huellas de la riada en la nave de la empresa: en las cortinas negras que dividen los espacios del estudio todavía se distinguen las marcas del barro, y en las paredes se puede ver aún la que dejó el fango: casi un metro de altura.
Hace poco, en el teatro, viví una coyuntura estremecedora. Antes de que comenzara la función, en unas pantallas colgadas del bambalinón, apareció el rostro en movimiento de Fernando Fernán Gómez para instarnos a los espectadores a apagar nuestros móviles. Por supuesto, se trataba de un vídeo hecho con IA en el teatro que lleva su nombre, una ocurrencia de su director artístico, según leí después. Funcionó. Ganas me dieron no ya de apagar mi teléfono móvil, sino de deshacerme de él y abrazar el ludismo. Me acordé de esto a raíz de la columna que Sergio del Molino le dedicó a Fernán Gómez el pasado domingo, gracias a la cual descubrí, con gran regocijo, que se reedita El tiempo amarillo, sus fabulosas memorias. “Ya no hay salones tan grandes como el de Fernán Gómez”, tituló. Ni un hombre de esa estatura cabe en las estrecheces artificiales, por muy inteligentes que se crean, añadiría yo.
El mundo necesita con urgencia transformar la arquitectura de salud global tras la decisión del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, de cerrar USAID (la agencia de cooperación del país) y de abandonar la Organización Mundial de la Salud (OMS), y los recortes a la Ayuda Oficial al Desarrollo decretados por algunos países europeos. Esta es la principal conclusión de los líderes políticos, sanitarios y activistas que participan desde el domingo en Berlín el World Health Summit (Cumbre Mundial de la Salud) con el objetivo de impulsar la reforma de un sistema sanitario al borde del colapso y que, según consideran, no puede seguir dependiendo de la volatilidad de los donantes.
“Lo único que me queda es la oscuridad y la angustia por el futuro”, dice el personaje de Kostas Jaritos y cierra así La ira de los humillados (2025), la decimosexta entrega de las historias policiales firmadas por Petros Márkaris. Que el novelista griego, creador de este entrañable policía investigador al que le ha dado la responsabilidad de protagonizar cada una de las tramas en que se ha visto envuelto, lance al espacio semejante percepción de su contexto, reafirma lo que considero la mayor virtud de esta serie novelesca: la intención de su creador de trasmitirnos un turbio estado de ánimo colectivo por los destinos de nuestras sociedades, asoladas por tantas crisis. Se trata de un ejercicio cuasi sociológico que Márkaris ha tenido la capacidad y la habilidad de envolver en historias de carácter policial para hacernos tragar de un modo menos doloroso la tremenda píldora que siempre nos coloca en los labios.
Los neurólogos apenas podían creer lo que veían. Nunca antes habían tenido delante un cerebro como ese. Era primera hora de la mañana del 22 de mayo de 2001, y en un laboratorio de la Universidad de Wisconsin el equipo examinaba las últimas imágenes por resonancia magnética.
En el último tour que emprende la revista Architectural Digest por la residencia de un famoso, hay algo hipnótico que atrapa y obliga a ver una y otra vez su reel en Instagram. La entrada a la vivienda se torna casi claustrofóbica por el papel de flores que simula un cuadro impresionista de la marca británica House of Hackney, y cubre todas las paredes de la estancia hasta los techos infinitos. “Queríamos impresionar desde el primer momento a nuestros invitados”, confiesan sus propietarios. Y vaya si consiguen el efecto deseado.
La reina Isabel II inauguró en marzo de 1982 una suerte de oasis urbano y cultural encastrado en el corazón de la City londinense, el distrito financiero de la capital británica. Los diarios de la época descreían de su futuro, debido a la ubicación en una zona desértica y somnolienta a ciertas horas. Los dos nuevos teatros del centro cultural, agregaban los críticos, llegan a destiempo en medio del raudal de salas de todo tipo. Cuatro décadas más tarde, sin embargo, las críticas han quedado en buena parte desestimadas. Hoy es uno de los núcleos más vibrantes de Londres. Una suerte de babilonia brutalista. Un laberinto vivo entre jardines colgantes, fuentes, cines subterráneos, un lago artificial, guarderías o una biblioteca pública.
Es domingo por la tarde y Demi Parte, artista que pertenece a la comunidad LGTBI+ y drag de Murcia, está a punto de entrar a la fiesta Shantay. Es el evento que proyecta en directo y en pantalla gigante un capítulo de la quinta temporada de Drag Race España en la sala La Mari Queen, en el corazón del barrio madrileño de Chueca. Cada semana, cientos de personas se reúnen en bares y discotecas de Madrid y Barcelona para ver unidas el espacio de Atresplayer, que se suma a otros contenidos LGTBI+ de la plataforma como las series Mariliendre y Veneno. “Los visionados de Drag Race son claramente el fútbol de los maricones… y de todo el colectivo”, comenta Demi Parte. “En provincia no suele haber fiestas así y por eso venimos a verlo aquí”, explica.
Asegura que en su agenda no cabe la rutina, y menos desde que ha vuelto a ser reconocido, por séptima ocasión, como el mejor enólogo de vinos generosos en la International Wine Challenge, una de las competiciones de catas a ciegas más reconocidas del mundo, celebrada este verano en Londres. Lo que sí hace cada día Sergio Martínez (San Fernando, Cádiz, 49 años) es recorrer a diario, tiza y venencia en mano, las andanas de las soleras de la bodega Lustau, donde trabaja desde hace 26 años. Antes de finalizar la carrera de Química, lo seleccionaron para unas prácticas. “Y me quedé atrapado”, reconoce.
El soporte de Microsoft a Windows 10 finaliza este martes para empresas y usuarios domésticos de fuera de la UE, porque los europeos han arrancado un año de prórroga a la multinacional. La compañía justifica el cambio forzado a la versión 11 en razones de seguridad y en la incompatibilidad del sistema con las nuevas aplicaciones, especialmente de inteligencia artificial. Pero los consumidores lo consideran un caso de obsolescencia programada (estrategia de limitación de la vida útil de un producto para forzar su renovación) con un gran impacto ambiental, por el aumento de basura tecnológica, un coste elevado para el usuario (unos 800 euros para cambiar de ordenador) y la desprotección de aquellos que no puedan migrar. Esta es una guía del apagón que comienza ya: