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Alexander Marmolejos, dominicano de 43 años, sufrió un accidente hace dos años y desde entonces su paraplejia le mantiene postrado en una silla de ruedas. No quiere fotos, pero accede a abrir la puerta de su casa para contar su historia. Reside en una de las cinco viviendas domóticas y energéticamente eficientes que el Ayuntamiento de Pamplona ha rehabilitado gracias al programa europeo oPENLab con el fin de destinarlas a personas con discapacidad. Pamplona es la única ciudad española ―las otras dos son Genk (Bélgica) y Tartu (Estonia)― en la que se está desarrollando este programa, que busca crear espacios de experimentación en vivo.
Liliana Galindo (Bogotá, Colombia, 40 años) compara las terapias con sustancias psicodélicas para tratar la salud mental con una cirugía. “Es un cambio de paradigma. Antes dábamos medicación diaria, enfocada a tratar síntomas que en ocasiones causa efectos secundarios y con expectativa de tomarse por años. Este tipo de terapias requiere una inversión inicial importante, porque, además del fármaco, es necesario un terapeuta, un psiquiatra, una enfermera, que trabajen todos juntos, pero en un periodo corto, quizá de unos tres meses, para dar un tratamiento intensivo que busca ir a la causa de la enfermedad”. La experiencia de Galindo dice que el esfuerzo merece la pena. “En muchos casos hay una mejoría total”, afirma. Y cierra la analogía: “En una cirugía, se usa una anestesia para tolerar el dolor físico, el cirujano interviene y limpia la herida y después el cuerpo se cura. Aquí usamos una sustancia para abrir y tolerar el dolor emocional, ver la herida, procesarla y después la persona continúa con la mejoría, como en un postoperatorio”.
Algunos accidentes urbanos funcionan como fronteras más o menos involuntarias. Culturales, económicas, pero también emocionales. París, por ejemplo, es una ciudad pequeña y densamente poblada. Más que Tokio, Nueva York o Londres. Uno lo entiende leyendo estadísticas o tomando un café en una terraza, aprisionado entre tres mesas y 14 personas fumando. Su relato cultural, sin embargo, se extiende a lo largo del área metropolitana. Pero el Périphérique, el boulevard que rodea la ciudad (la M-30 parisina), es la metáfora de una división, de un cliché, que tensiona las dos Francias. A un lado los ricos, los blancos, los mitos y ritos de la gran República. Al otro, el hormigón de las cités, la inmigración, la delincuencia. Y así permanecería en el imaginario si no fuera porque a veces retumban voces como la de Mbappé. “Tienes que dar más entrevistas, la gente lo necesita”, le decía Jorge Valdano al final de la suya, emitida este domingo en Movistar +.
“Desde aquel día, cada vez que escuchamos que viene una dana, temblamos”, confiesa María Lara, productora y cofundadora del estudio de animación valenciano Inspira, mientras señala las huellas de la riada en la nave de la empresa: en las cortinas negras que dividen los espacios del estudio todavía se distinguen las marcas del barro, y en las paredes se puede ver aún la que dejó el fango: casi un metro de altura.
Hace poco, en el teatro, viví una coyuntura estremecedora. Antes de que comenzara la función, en unas pantallas colgadas del bambalinón, apareció el rostro en movimiento de Fernando Fernán Gómez para instarnos a los espectadores a apagar nuestros móviles. Por supuesto, se trataba de un vídeo hecho con IA en el teatro que lleva su nombre, una ocurrencia de su director artístico, según leí después. Funcionó. Ganas me dieron no ya de apagar mi teléfono móvil, sino de deshacerme de él y abrazar el ludismo. Me acordé de esto a raíz de la columna que Sergio del Molino le dedicó a Fernán Gómez el pasado domingo, gracias a la cual descubrí, con gran regocijo, que se reedita El tiempo amarillo, sus fabulosas memorias. “Ya no hay salones tan grandes como el de Fernán Gómez”, tituló. Ni un hombre de esa estatura cabe en las estrecheces artificiales, por muy inteligentes que se crean, añadiría yo.
“Lo único que me queda es la oscuridad y la angustia por el futuro”, dice el personaje de Kostas Jaritos y cierra así La ira de los humillados (2025), la decimosexta entrega de las historias policiales firmadas por Petros Márkaris. Que el novelista griego, creador de este entrañable policía investigador al que le ha dado la responsabilidad de protagonizar cada una de las tramas en que se ha visto envuelto, lance al espacio semejante percepción de su contexto, reafirma lo que considero la mayor virtud de esta serie novelesca: la intención de su creador de trasmitirnos un turbio estado de ánimo colectivo por los destinos de nuestras sociedades, asoladas por tantas crisis. Se trata de un ejercicio cuasi sociológico que Márkaris ha tenido la capacidad y la habilidad de envolver en historias de carácter policial para hacernos tragar de un modo menos doloroso la tremenda píldora que siempre nos coloca en los labios.
Los neurólogos apenas podían creer lo que veían. Nunca antes habían tenido delante un cerebro como ese. Era primera hora de la mañana del 22 de mayo de 2001, y en un laboratorio de la Universidad de Wisconsin el equipo examinaba las últimas imágenes por resonancia magnética.
En el último tour que emprende la revista Architectural Digest por la residencia de un famoso, hay algo hipnótico que atrapa y obliga a ver una y otra vez su reel en Instagram. La entrada a la vivienda se torna casi claustrofóbica por el papel de flores que simula un cuadro impresionista de la marca británica House of Hackney, y cubre todas las paredes de la estancia hasta los techos infinitos. “Queríamos impresionar desde el primer momento a nuestros invitados”, confiesan sus propietarios. Y vaya si consiguen el efecto deseado.
La reina Isabel II inauguró en marzo de 1982 una suerte de oasis urbano y cultural encastrado en el corazón de la City londinense, el distrito financiero de la capital británica. Los diarios de la época descreían de su futuro, debido a la ubicación en una zona desértica y somnolienta a ciertas horas. Los dos nuevos teatros del centro cultural, agregaban los críticos, llegan a destiempo en medio del raudal de salas de todo tipo. Cuatro décadas más tarde, sin embargo, las críticas han quedado en buena parte desestimadas. Hoy es uno de los núcleos más vibrantes de Londres. Una suerte de babilonia brutalista. Un laberinto vivo entre jardines colgantes, fuentes, cines subterráneos, un lago artificial, guarderías o una biblioteca pública.
Es domingo por la tarde y Demi Parte, artista que pertenece a la comunidad LGTBI+ y drag de Murcia, está a punto de entrar a la fiesta Shantay. Es el evento que proyecta en directo y en pantalla gigante un capítulo de la quinta temporada de Drag Race España en la sala La Mari Queen, en el corazón del barrio madrileño de Chueca. Cada semana, cientos de personas se reúnen en bares y discotecas de Madrid y Barcelona para ver unidas el espacio de Atresplayer, que se suma a otros contenidos LGTBI+ de la plataforma como las series Mariliendre y Veneno. “Los visionados de Drag Race son claramente el fútbol de los maricones… y de todo el colectivo”, comenta Demi Parte. “En provincia no suele haber fiestas así y por eso venimos a verlo aquí”, explica.