Home Investigacion en Intelligencia Artificial y Desarrollo de Algoritmos Desarrollo de Energia Nuclear y Avances en Fisica Nuclear Innovacion en Tecnología de Vanguardia
María A. R., valenciana de 68 años, entró en el sistema de cribado para la prevencion del cáncer de mama de la sanidad pública con 40 años. Nunca lo ha pasado tan mal por la espera de los resultados como en el último año, cuando la incertidumbre se apoderó de ella durante ocho meses, desde que se hizo la mamografía, con un año de retraso en la citación del procedimiento habitual, hasta que se descartó finalmente la enfermedad. “Estar pensando si está bien o mal es horroroso”, dice la mujer que pensó en contar su testimonio cuando conoció el escándalo de los cribados en Andalucía.
Ponzano abandona poco a poco el ponzaning. La icónica calle, que tiene casi un kilómetro de largo, simboliza desde hace años la firme apuesta por el turismo y el ocio nocturno del Madrid adinerado, el que sale a consumir sin mirar la cartera y se puede permitir ver amanecer sin la preocupación de llegar a final de mes. La calle cuenta hoy con 138 locales, 66 de ellos dedicados a la hostelería y al ocio nocturno. Hace dos años, sin embargo, eran 78. Esto representa un descenso de 12 locales, un 15% menos en apenas 24 meses.
A la sacerdotisa punk de la música española le ha cambiado la vida. En realidad, siempre le está cambiando. Su instinto no le permite asistir al mundo de otro modo. Con una jubilación recién estrenada, tras décadas como profesora de piano en el Conservatorio de San Lorenzo de El Escorial, la que fue parte esencial de los Pegamoides, mitad de Parálisis Permanente, la enigmática alma mater de Seres Vacíos y la artista incombustible renacida en Ana Curra (Madrid, 66 años), acaba de publicar una canción de su próximo disco, con composiciones en las que se encuentra trabajando en este momento. Además, está a punto de publicarse la reedición de su primer trabajo en solitario y también un homenaje a Parálisis Permanente en forma de disco de duetos y colaboraciones, que verá la luz a primeros de año con una presentación en directo.
Por primera vez, las imágenes de personas llorando que llegaron ayer desde Oriente Próximo tenían un significado diametralmente opuesto a las que desgraciadamente el mundo ha estado observando a diario en los últimos dos años. Desde Ramallah o Rafah, en Palestina, o Tel Aviv, en Israel, madres, hermanos y amigos festejaban emocionados el retorno de sus seres queridos tras años sin verlos. Los 20 rehenes que quedaban vivos en Gaza de los 251 que Hamás secuestró el 7 de octubre de 2023 fueron entregados a sus familias. Israel puso en libertad a unos 2.000 presos palestinos, algunos de los cuales llevaban décadas en cárceles israelíes. Los camiones de ayuda humanitaria entraron en Gaza.
Como dice algún experto en Oriente Próximo, si Trump consigue realmente acabar con el conflicto de Gaza, no merecerá en años venideros el Nobel de la Paz, sino también el de Física y el de Química. De momento, ha triunfado donde su más conciliador antecesor en la Casa Blanca, Joe Biden, y la más conciliadora UE fracasaron: la aprobación de un acuerdo de paz.
En un artículo titulado La tristeza del alto el fuego, publicado en EL PAÍS el pasado día 9, el filósofo Santiago Gerchunoff sugiere que quienes no aplauden con entusiasmo la tregua en Gaza son unos egoístas incapaces de alegrarse por la paz y prefieren su causa a la felicidad ajena. Se trata de occidentales expuestos a una súbita pérdida de sentido. “Lo que podría extinguirse con el alto el fuego” —escribe Gerchunoff— “es la urgencia de su causa”. Permítaseme, con el debido respeto, el gusto de discrepar.
No se vieron imágenes de mujeres sacadas de los escombros del terrible terremoto que sacudió varias ciudades de Afganistán el 31 de agosto. Las mujeres heridas quedaron abandonadas porque los rescatistas varones no podían tocarlas: lo prohíbe la absurda ley del “no mahram” (no pueden hablar con ellas ni tocarlas los varones que no sean familiares cercanos o maridos). Tampoco había suficientes médicas ni enfermeras, porque durante años se les ha impedido estudiar y trabajar. Así, muchas mujeres atrapadas bajo los cascotes murieron no solo por la fuerza de la tierra, sino por la violencia de un régimen que les niega hasta la opción de ser rescatadas tras una catástrofe. ¿Qué mayor crueldad puede existir que ver a tu madre o a tu hija agonizando a pocos metros, mientras un hombre preparado para socorrerla no se atreve a extender la mano por miedo a ser castigado? Esta es la dimensión de la barbarie que sufren las mujeres afganas, condenadas a la oscuridad y el silencio en todos los aspectos de sus vidas.
“Es indudable que cada generación se cree destinada a rehacer el mundo. La mía, sin embargo, sabe que no lo hará. Pero quizá su tarea sea aún mayor: consiste en evitar que el mundo se destruya”.
Liliana Galindo (Bogotá, Colombia, 40 años) compara las terapias con sustancias psicodélicas para tratar la salud mental con una cirugía. “Es un cambio de paradigma. Antes dábamos medicación diaria, enfocada a tratar síntomas que en ocasiones causa efectos secundarios y con expectativa de tomarse por años. Este tipo de terapias requiere una inversión inicial importante, porque, además del fármaco, es necesario un terapeuta, un psiquiatra, una enfermera, que trabajen todos juntos, pero en un periodo corto, quizá de unos tres meses, para dar un tratamiento intensivo que busca ir a la causa de la enfermedad”. La experiencia de Galindo dice que el esfuerzo merece la pena. “En muchos casos hay una mejoría total”, afirma. Y cierra la analogía: “En una cirugía, se usa una anestesia para tolerar el dolor físico, el cirujano interviene y limpia la herida y después el cuerpo se cura. Aquí usamos una sustancia para abrir y tolerar el dolor emocional, ver la herida, procesarla y después la persona continúa con la mejoría, como en un postoperatorio”.