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Los grupos yihadistas que operan en el Sahel han lanzado en el último mes una sucesión de ataques terroristas contra bases militares y ciudades de Malí, Níger y Burkina Faso que han provocado al menos 300 muertos, mayoritariamente soldados. La ofensiva revela la capacidad de estos grupos armados de organizar ataques de envergadura, después de varios años en los que han sufrido pérdidas severas, y desafía el relato de las juntas militares que gobiernan estos tres países de que están ganando la guerra contra el terrorismo.
Unas 20 personas están sentadas en círculo en un templete de madera con forma de pagoda. Forman una extraña mezcla. Hay mujeres jóvenes muy concentradas, también ancianas con la mirada perdida, dos curadores de arte, una doctora en Literatura Inglesa y un profesor estadounidense especializado en resolución de conflictos. Algunos sostienen un libro, otros, unas fotocopias. Tocados por el sol de la tarde, leen en voz alta el capítulo seis de la novela Actos humanos (Random House, 2024) de la escritora surcoreana Han Kang, última ganadora del Nobel de Literatura. Es un relato desgarrador.
Leire Díez, la exconcejal socialista que se ha dado de baja en el partido tras destaparse sus gestiones con abogados e imputados buscando información contra la UCO de la Guardia Civil o el fiscal anticorrupción José Grinda, entregó la semana pasada en la sede central del PSOE un pendrive con abundante información sobre las cloacas del ministerio del Interior en la etapa de Gobierno del PP (2012-2018). El PSOE remitió esa documentación a la Fiscalía General del Estado, donde aún no han decidido qué hacer con ese material. El expediente Leire incluye cientos de audios grabados por el comisario José Manuel Villarejo a lo largo de 20 años y que acreditan un sinfín de operaciones ilegales durante la etapa de Gobierno del PP (2012-2018).
El Partido Popular escenificó ayer en Madrid un nuevo acto multitudinario de protesta contra el Gobierno, el sexto desde las pasadas elecciones. Bajo un sol contundente, decenas de miles de personas de toda España (100.000 según la organización, 50.000 según la Delegación del Gobierno) participaron en la concentración, donde el líder del partido, Alberto Núñez Feijóo, exigió el fin de un Gobierno que, dijo hiperbólicamente, “ha llenado todo de corrupción, de cloacas y de mentiras”. La manifestación, además, sirvió como ensayo general del 21º Congreso de los populares, que se celebra en la capital en menos de un mes.
Los narcisistas se parecen mucho a los psicópatas. Los dos sufren déficit de empatía, y eso les permite manipular a otros sin remordimiento para conseguir lo que quieren: admiración, placer, poder y control. Los dos se dan aires de grandeza, a pesar de ser fundamentalmente mezquinos, y esperan tratamiento exclusivo, aunque los narcisistas necesitan demostrar constantemente que son superiores al resto, mientras que los psicópatas no necesitan confirmarlo porque ya están convencidos de que lo son. Los dos carecen de sentido de la culpa y nunca se hacen responsables del daño que causan o de lo que sale mal. La diferencia clave es que los narcisistas viven dominados por la vergüenza, mientras que los psicópatas no saben lo que es. Sabemos que Trump y Musk son narcisistas porque son personas inestables, intolerantes a la crítica, y propensos al conflicto y la pataleta. Típicamente, creyeron desde el principio que podían aprovecharse el uno del otro sin consecuencias ni reciprocidad. Como dice Jabois, desde Cumbres borrascosas no ha habido una relación más condenada que esta.
Eduardo Madina es algo más que una referencia para el socialismo en España. Su trayectoria forma parte del patrimonio de nuestra historia democrática y constituye un ejemplo para quienes entienden que la defensa de los principios puede acarrear costes importantes. Pero hay más. Su opinión y criterio siguen atrayendo la atención de muchas personas, gracias a un prestigio cultivado durante décadas. Madina posee algo más valioso que el poder: goza de una autoridad que no se obtiene repartiendo cargos ni nóminas.
El desnudo es también una indumentaria. Lo explica el cardiólogo dominicano Jochy Herrera en su libro Carne y alma (Huerga & Fierro). La historia del arte ayuda a entender el sentido de las miradas que visten un desnudo. El cuerpo de Eva puede ser un pecado, una bella expresión arquitectónica de la dignidad humana, una imaginación creativa en las máscaras de la vanguardia o una sastrería del mercantilismo publicitario. Los desnudos tienen mucha tela que cortar, tanta como los viejos secretos de Estado. Iba a escribir que los viejos secretos de Estado se visten de desnudo en la pelea entre Donald Trump y su amigo Elon Musk, pero la verdad es que las cosas son ya tan vulgares que no podemos hablar de un mundo desnudo, sino de un mundo en pelotas. Esta expresión poco artística pasó del singular, pelota, al plural, pelotas, cuando el protagonismo del pelo en la piel fue sustituido por el imperio redondo de los testículos.
“Occidente está perdiendo toda su credibilidad al permitir a Israel que haga lo que quiera”. Lo ha dicho el presidente francés, Emmanuel Macron, quien parece ser consciente de que los ciudadanos europeos no entienden por qué sus gobiernos no han reaccionado de manera mucho más enérgica a la tragedia de Gaza. Parte de esa inacción es comprensible por una lógica implacable: Europa no pinta nada en Israel. Allí no es vista como un interlocutor importante. También es explicable por la habitual división europea en cuestiones de política exterior. En el conflicto palestino-israelí existen, al menos, cuatro bloques diferenciados: el ala más crítica, liderada por España y apoyada por Irlanda, que pide el reconocimiento inmediato del Estado Palestino y una suspensión total de la compra y suministro de armas europeas a Israel. En el punto medio, Francia (junto con Reino Unido y Canadá) quienes están criticando duramente al gobierno de Netanyahu, al tiempo que proponen reconocer de inmediato un Estado palestino si se libera a todos los rehenes y Hamas se rinde. Otro bloque, los “amigos” de Netanyahu en Europa, liderados por el húngaro Viktor Orbán, y un cuarto actor, tal vez el más importante, Alemania, para quien la seguridad de Israel es, oficialmente, una “razón de Estado”, una exigencia política indiscutible tras el Holocausto.
La primera subida de temperaturas en Madrid no pasó desapercibida, menos en los centros educativos, donde todos los años se sufre por el calor. En un colegio en Rivas el termómetro marcó 32 grados a las 12.45 de la mañana en una clase de quinto de primaria. En otro, Sergio, un estudiante de 7 años del Colegio de Infantil y Primaria Leopoldo Alas, en La Elipa, terminó en el hospital luego de estar mucho tiempo en el patio de su cole, donde no hay ni un metro cuadrado de sombra. “El niño tuvo actividad de gimnasia al aire libre. Se comió un bocadillo a la sombra y luego corriendo se sintió mal. Mi marido fue a recogerle y estaba ardiendo con 39 de fiebre y fueron a Urgencias”, cuenta por teléfono a EL PAÍS su madre, Carolina África. El parte del Hospital Infantil Universitario Niño Jesús, del que tiene copia este diario, dicta un diagnóstico de insolación.
Raúl es un padre separado. Su hijo se llama Dani y su novia, Paula. Dani tiene seis años, vive con su madre y pasa los miércoles y los fines de semana alternos con Raúl y con Paula. Paula adora a Dani, pero no acaba de encontrar su espacio en esa familia. ¿Cuál es exactamente el papel de una madrastra? Un día, Paula se enamora de otra persona, una mujer, se marcha definitivamente de casa… y se pregunta a partir de entonces qué relación tendrá ahora con un niño con el que ha compartido cinco años de la vida de ambos.