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La primera noche en el Aeropuerto de Barajas bajo la prohibición de pernoctar en sus instalaciones ha transcurrido con cierta “normalidad”. La Terminal 4 ha permanecido “totalmente vacía”, mientras que en el resto de las terminales (T1, T2 y T3) se han llegado a registrar hasta 50 personas que han dormido allí durante la madrugada, una parte de ellos desplazados de la T4. Así lo explican algunos trabajadores del turno de noche que han tenido que lidiar con la situación: “A las cinco de la madrugada ya han regresado todos los habituales…”, dice una trabajadora, refiriéndose a aquellos “maleantes” que llegan al aeropuerto para acometer hurtos o estafas. Desde Aena se explica que el proceso de desalojo será “poco a poco”.
Algo ha quedado en la mente de los más pequeños de Paiporta (Valencia) cuando, meses después de la dana que sesgó la vida de 228 personas, los alumnos de Educación Infantil del CEIP Rosa Serrano se llevaban todavía las manos a la cabeza en días de mucho viento porque les daba miedo. Y porque hay muchas formas de verbalizar lo que no puedes hacer verbalmente. “Cada vez que llueve, estás pensando “¿estarán mis abuelos en el bajo? ¿Y mis padres en casa? ¿Y si no se enteran y luego no pueden subir?“ Siempre estás con la ansiedad de no saber, de que vuelva a pasar. Tengo una amiga que vive cerca del barranco y [si llueve] le mando un mensaje: ”Lucía, ¿está el barranco lleno? ¿Lleva agua?“, confiesa Paula Saiz, estudiante de 17 años de primero de Bachillerato en el IES 25 de abril de Alfafar.
Alfredo Jaar (Santiago de Chile, 69 años) podría ejercer como el canario en la mina de este planeta en crisis. Cuando nadie prestaba atención a las problemáticas asociadas a la extracción de tierras raras y minerales críticos, el artista chileno ya estaba trabajando en una obra sobre el tema, un grisú de proporciones inabarcables. Jaar no está muerto, pero anda tremendamente alarmado ante la situación geopolítica que se desprende de este rompecabezas. De ese miedo surge The End of the World (el fin del mundo), la pieza que exhibió hasta el pasado 1 de junio en KINDL, una antigua fábrica de cervezas del barrio berlinés de Neukölln reconvertida en espacio para la creación contemporánea, y que podrá volver a verse en Bruselas, en la galería La Patinoire Royale Bach, a partir del próximo 4 de septiembre. Más adelante recalará en el Museo Oscar Niemeyer de Curitiba.
Ya lo han intentado todo. Hablar con los responsables, exponer el tema, hablar con la prensa y hasta ir por la vía judicial. Pero nada ha funcionado. Los 714 estudiantes graduados de la escuela de negocios EAE que llevan años esperando su diploma de la Universidad Rey Juan Carlos seguirán haciendo eso: esperar. Dicen sentir impotencia y estar “atados de manos” ante la injusticia, según han dicho en múltiples ocasiones. Se graduaron de sus másteres en 2021 y 2022, pero los plazos para recibir el título por el que pagaron miles de euros siguen constantemente alargándose sin que exista un responsable claro. El último plazo venció hace poco y los diplomas no llegaron. Intentaron ir por la vía judicial, pero el alto coste que eso supone también los frenó. Hoy, entonces, dependen solo de que las universidades terminen de hacer su trabajo. Mientras, la grave situación pasa sin pena ni gloria para las autoridades educativas madrileñas, que dicen no tener las competencias para sancionar a los centros.
Durante dos días, solo vio agua. Rafie flotaba a la deriva, con el cuerpo machacado, los labios agrietados y la mirada ida. Llevaba un traje corto de neopreno y unas aletas, y avanzaba encajado en un flotador negro medio desinflado, como los que usan los niños en la playa. Nadie sabía quién era, ni de dónde venía, cuando un velero lo rescató el pasado 16 de julio a unos 20 kilómetros de la costa de Benalmádena (Málaga). Una semana después, a salvo y feliz, Rafie, de 23 años, cuenta su historia: una travesía imposible para llegar a España sin dinero ni barco, armado apenas con sus brazos y el empeño de no dejarse morir.
El eco de la lluvia ligera que repiquetea sobre el río Yamuna suena en las frondosas calles de Sirajganj, una ciudad del noroeste de Bangladés. Es una tarde de finales de mayo, en pleno monzón. Un grupo de mujeres lava la ropa en la orilla del río, mientras sus hijos se bañan en él. En el horizonte, los pescadores regresan a la orilla con las capturas del día. Mientras echa el ancla de su barca de color azul y la ata con una cuerda, Ghulam Mustafá, uno de los pescadores, dice que siempre ha vivido junto al caudaloso río Yamuna. “Este río es nuestro sustento”, dice el anciano de 70 años.
Sirāt, la película de Oliver Laxe, es uno de los fenómenos cinematográficos del año. Una historia que empieza con un padre y un hijo que buscan a su hija y hermana en una rave del desierto marroquí. Nadie tiene ni idea. Una pista, entonces: hacia el sur, en la frontera con Mauritania, hay otra convocatoria. Un grupo de ravers tiene las indicaciones. Así funciona la cosa raver; el arte del rumor, no abandonar nunca el cuerpo colectivo. En el deseo del reencuentro deciden salir tras ellos.
Dicen que no son buenos tiempos para la crítica, pero me atrevería a decir que sería todo lo contrario. Son los mejores, los más urgentes y los más proclives, porque el panorama no puede ser más preocupante, de lo social a lo institucional pasando por lo político. Momento que demanda una crítica fuerte, feroz y contundente, una posición firme que analice los matices, que se aleje de la queja y que se acerque a ese pensamiento crítico que, eso sí, muchas veces parece un espejismo. Es tan difuso como esa crítica cultural que sustituye cada vez más a la crítica de arte, musical o literaria, ese crítico periodista convertido en agente cultural subordinado tantas veces a la máquina de la promoción tan alejada de una lectura independiente, una voz especializada y unas vinculaciones intelectuales. Una posición que conlleva más estudio y disciplina, y menos lobbys y cotas de poder. Faltan medios, dinero, apoyo y espacio, sí, pero urge alzar la voz y poner el foco en esas preguntas clave que muchas veces pasan por alto: ¿es buena esta exposición? y ¿qué es una buena exposición?