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Son incómodas, despiertan la necesidad incontrolable de rascar y, a veces, se convierten en el foco de enfermedades e infecciones. Vuelven como cada verano, aunque los mosquitos no pican a todas las personas por igual. Detrás de esa vulnerabilidad hay factores como el dióxido de carbono exhalado, el calor corporal, la humedad o la apariencia visual de la persona; eso sí, el olor de la piel sigue siendo la clave para explicar por qué algunas personas sufren más picaduras que otras.
“La IA nos ha permitido ahorrarnos el 20% del tiempo en la redacción de informes”, afirma Marcos Gallart, vicesecretario del área de urbanismo del Ayuntamiento de Bétera (Valencia). “Sorprende la cantidad de trámites diarios que no generan valor, que consumen mucho tiempo en nuestro trabajo”, añade el funcionario, para dar una idea del impacto que ha tenido en su administración local la implantación de un sistema de inteligencia artificial (IA) para agilizar el tratamiento de ciertos documentos.
No sería de extrañar que la palabra “arepa” te suene familiar; según las últimas cifras publicadas, se estima que en España residen actualmente cerca de 400.000 ciudadanos venezolanos. Como es lógico y para nuestra fortuna, han traído consigo delicias tales como las empanadas, la cachapa, los tequeños, y por supuesto, las arepas, su pan de cada día –y el de los colombianos–. Aún así, una pequeña explicación: las arepas son una especie de pan redondo, de entre 10 y 12 centímetros generalmente, que se elaboran con harina de maíz blanco precocida y se asan en una sartén, plancha o budare, o se fríen en abundante aceite.
El gesto de sorpresa, con los ojos muy abiertos y una sonrisa de incredulidad, pronto se convierte en un llanto de emoción. Es la primera reacción del californiano de 45 años Casey Harrell al escuchar su voz después de cuatro años, cuando la esclerosis lateral amiotrófica (ELA) empezó a afectar los nervios que controlan los músculos de su garganta. Las lágrimas también invaden a su esposa, que está a su lado junto a su hija pequeña. La prueba tiene que parar durante unos minutos, porque algunos miembros del equipo de la Universidad de California en Davis no pueden evitar conmoverse. El grupo ha desarrollado una interfaz cerebro-computadora (BCI, por sus siglas en inglés) que no solo interpreta en tiempo real lo que Harrell quiere decir, sino que además capta su entonación y estilo a la hora hablar.