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Ya lo han intentado todo. Hablar con los responsables, exponer el tema, hablar con la prensa y hasta ir por la vía judicial. Pero nada ha funcionado. Los 714 estudiantes graduados de la escuela de negocios EAE que llevan años esperando su diploma de la Universidad Rey Juan Carlos seguirán haciendo eso: esperar. Dicen sentir impotencia y estar “atados de manos” ante la injusticia, según han dicho en múltiples ocasiones. Se graduaron de sus másteres en 2021 y 2022, pero los plazos para recibir el título por el que pagaron miles de euros siguen constantemente alargándose sin que exista un responsable claro. El último plazo venció hace poco y los diplomas no llegaron. Intentaron ir por la vía judicial, pero el alto coste que eso supone también los frenó. Hoy, entonces, dependen solo de que las universidades terminen de hacer su trabajo. Mientras, la grave situación pasa sin pena ni gloria para las autoridades educativas madrileñas, que dicen no tener las competencias para sancionar a los centros.
Durante dos días, solo vio agua. Rafie flotaba a la deriva, con el cuerpo machacado, los labios agrietados y la mirada ida. Llevaba un traje corto de neopreno y unas aletas, y avanzaba encajado en un flotador negro medio desinflado, como los que usan los niños en la playa. Nadie sabía quién era, ni de dónde venía, cuando un velero lo rescató el pasado 16 de julio a unos 20 kilómetros de la costa de Benalmádena (Málaga). Una semana después, a salvo y feliz, Rafie, de 23 años, cuenta su historia: una travesía imposible para llegar a España sin dinero ni barco, armado apenas con sus brazos y el empeño de no dejarse morir.
El eco de la lluvia ligera que repiquetea sobre el río Yamuna suena en las frondosas calles de Sirajganj, una ciudad del noroeste de Bangladés. Es una tarde de finales de mayo, en pleno monzón. Un grupo de mujeres lava la ropa en la orilla del río, mientras sus hijos se bañan en él. En el horizonte, los pescadores regresan a la orilla con las capturas del día. Mientras echa el ancla de su barca de color azul y la ata con una cuerda, Ghulam Mustafá, uno de los pescadores, dice que siempre ha vivido junto al caudaloso río Yamuna. “Este río es nuestro sustento”, dice el anciano de 70 años.
Sirāt, la película de Oliver Laxe, es uno de los fenómenos cinematográficos del año. Una historia que empieza con un padre y un hijo que buscan a su hija y hermana en una rave del desierto marroquí. Nadie tiene ni idea. Una pista, entonces: hacia el sur, en la frontera con Mauritania, hay otra convocatoria. Un grupo de ravers tiene las indicaciones. Así funciona la cosa raver; el arte del rumor, no abandonar nunca el cuerpo colectivo. En el deseo del reencuentro deciden salir tras ellos.
Dicen que no son buenos tiempos para la crítica, pero me atrevería a decir que sería todo lo contrario. Son los mejores, los más urgentes y los más proclives, porque el panorama no puede ser más preocupante, de lo social a lo institucional pasando por lo político. Momento que demanda una crítica fuerte, feroz y contundente, una posición firme que analice los matices, que se aleje de la queja y que se acerque a ese pensamiento crítico que, eso sí, muchas veces parece un espejismo. Es tan difuso como esa crítica cultural que sustituye cada vez más a la crítica de arte, musical o literaria, ese crítico periodista convertido en agente cultural subordinado tantas veces a la máquina de la promoción tan alejada de una lectura independiente, una voz especializada y unas vinculaciones intelectuales. Una posición que conlleva más estudio y disciplina, y menos lobbys y cotas de poder. Faltan medios, dinero, apoyo y espacio, sí, pero urge alzar la voz y poner el foco en esas preguntas clave que muchas veces pasan por alto: ¿es buena esta exposición? y ¿qué es una buena exposición?
Son incómodas, despiertan la necesidad incontrolable de rascar y, a veces, se convierten en el foco de enfermedades e infecciones. Vuelven como cada verano, aunque los mosquitos no pican a todas las personas por igual. Detrás de esa vulnerabilidad hay factores como el dióxido de carbono exhalado, el calor corporal, la humedad o la apariencia visual de la persona; eso sí, el olor de la piel sigue siendo la clave para explicar por qué algunas personas sufren más picaduras que otras.
“La IA nos ha permitido ahorrarnos el 20% del tiempo en la redacción de informes”, afirma Marcos Gallart, vicesecretario del área de urbanismo del Ayuntamiento de Bétera (Valencia). “Sorprende la cantidad de trámites diarios que no generan valor, que consumen mucho tiempo en nuestro trabajo”, añade el funcionario, para dar una idea del impacto que ha tenido en su administración local la implantación de un sistema de inteligencia artificial (IA) para agilizar el tratamiento de ciertos documentos.
No sería de extrañar que la palabra “arepa” te suene familiar; según las últimas cifras publicadas, se estima que en España residen actualmente cerca de 400.000 ciudadanos venezolanos. Como es lógico y para nuestra fortuna, han traído consigo delicias tales como las empanadas, la cachapa, los tequeños, y por supuesto, las arepas, su pan de cada día –y el de los colombianos–. Aún así, una pequeña explicación: las arepas son una especie de pan redondo, de entre 10 y 12 centímetros generalmente, que se elaboran con harina de maíz blanco precocida y se asan en una sartén, plancha o budare, o se fríen en abundante aceite.