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Liz Pelly (Nassau, Nueva York, 35 años) llevaba desde la adolescencia escribiendo sobre música para distintos blogs y medios de comunicación hasta que se cansó de las entrevistas de promoción y de escribir artículos-lista donde resumía en cinco líneas álbumes enteros. Como buena milenial, sabía que poco quedaba de aquel internet utópico que democratizó el consumo de música, haciéndolo más accesible hasta que la piratería se convirtió en problema global. La llegada de las plataformas de streaming lo cambió todo y en 2016, esta editora decidió empezar a investigar a Spotify y sus mecanismos de consolidación corporativa a través de sus listas.
En los últimos dos meses, los inversores han encontrado una nueva estrategia bursátil, basada en una regla sencilla: TACO, o “Trump siempre se acobarda” (en inglés, Trump Always Chickens Out). El presidente estadounidense amenaza con imponer enormes aranceles a amigos o enemigos por igual, o con destituir al presidente de la Reserva Federal, y luego termina echándose atrás cuando el látigo del mercado impone su disciplina implacable. A continuación insiste con los aranceles, solo para echarse atrás otra vez.
Los narcisistas se parecen mucho a los psicópatas. Los dos sufren déficit de empatía, y eso les permite manipular a otros sin remordimiento para conseguir lo que quieren: admiración, placer, poder y control. Los dos se dan aires de grandeza, a pesar de ser fundamentalmente mezquinos, y esperan tratamiento exclusivo, aunque los narcisistas necesitan demostrar constantemente que son superiores al resto, mientras que los psicópatas no necesitan confirmarlo porque ya están convencidos de que lo son. Los dos carecen de sentido de la culpa y nunca se hacen responsables del daño que causan o de lo que sale mal. La diferencia clave es que los narcisistas viven dominados por la vergüenza, mientras que los psicópatas no saben lo que es. Sabemos que Trump y Musk son narcisistas porque son personas inestables, intolerantes a la crítica, y propensos al conflicto y la pataleta. Típicamente, creyeron desde el principio que podían aprovecharse el uno del otro sin consecuencias ni reciprocidad. Como dice Jabois, desde Cumbres borrascosas no ha habido una relación más condenada que esta.
“Occidente está perdiendo toda su credibilidad al permitir a Israel que haga lo que quiera”. Lo ha dicho el presidente francés, Emmanuel Macron, quien parece ser consciente de que los ciudadanos europeos no entienden por qué sus gobiernos no han reaccionado de manera mucho más enérgica a la tragedia de Gaza. Parte de esa inacción es comprensible por una lógica implacable: Europa no pinta nada en Israel. Allí no es vista como un interlocutor importante. También es explicable por la habitual división europea en cuestiones de política exterior. En el conflicto palestino-israelí existen, al menos, cuatro bloques diferenciados: el ala más crítica, liderada por España y apoyada por Irlanda, que pide el reconocimiento inmediato del Estado Palestino y una suspensión total de la compra y suministro de armas europeas a Israel. En el punto medio, Francia (junto con Reino Unido y Canadá) quienes están criticando duramente al gobierno de Netanyahu, al tiempo que proponen reconocer de inmediato un Estado palestino si se libera a todos los rehenes y Hamas se rinde. Otro bloque, los “amigos” de Netanyahu en Europa, liderados por el húngaro Viktor Orbán, y un cuarto actor, tal vez el más importante, Alemania, para quien la seguridad de Israel es, oficialmente, una “razón de Estado”, una exigencia política indiscutible tras el Holocausto.
La Unión Europea es la tercera economía más grande del mundo con una de las tasas de ahorro de los hogares más altas. Sin embargo, cuando nuestras empresas están creciendo, a menudo recurren a los mercados financieros en el extranjero. ¿Por qué? Porque exportamos gran parte de nuestros ahorros, apoyando la innovación en otros lugares, mientras que muchas de nuestras propias empresas emergentes luchan por acceder a financiación.
A 50 kilómetros al sur de Sevilla hay una localidad, El Palmar de Troya, que se despuebla con las ferias. La mitad de sus vecinos acuden a trabajar en las casetas de las ferias de Sevilla, Jerez, El Puerto de Santa María o Alcalá de Guadaíra para convertirse en la mano de obra que permite a esos municipios vivir a tope su semana grande del año, con la diversión a toda mecha. Son montadores de casetas, camareros, cocineros, cortadores de jamón y guardas de seguridad que entre abril y octubre levantan pueblos efímeros a las afueras de cada localidad andaluza para desmontarlos cinco días después. Las condiciones laborales de estos empleados eventuales han mejorado el último lustro, pero los abusos de los empresarios siguen a la orden del día. Mientras, estos días de primavera el silencio copa El Palmar de Troya (2.300 habitantes, Sevilla), que reduce a la mitad sus conversaciones.
El proyecto está aún en una fase muy incipiente, pero ya ha suscitado el rechazo de los partidos de la oposición. Vox, socio de gobierno del PP en el Ayuntamiento de Toledo, quiere que la ciudad, Patrimonio de la Humanidad desde 1986, cuente con un teleférico panorámico. La iniciativa se aprobó con el respaldo de los populares en el Debate sobre el Estado del Municipio celebrado el pasado año, y la formación ultra dispone ya de un estudio confeccionado por una multinacional especializada en este tipo de obras. “Toledo es una ciudad histórica, pero también tiene que ser una ciudad del siglo XXI. Los toledanos de nuestro tiempo tenemos que dejar nuestra huella, nuestra impronta, con pleno respeto a nuestro patrimonio histórico y artístico pero con innovaciones, y el teleférico puede ser una de ellas”, explica a EL PAÍS Juan Marín, edil de Vox y concejal de Promoción Económica y Empleo del Consistorio toledano.
La primera subida de temperaturas en Madrid no pasó desapercibida, menos en los centros educativos, donde todos los años se sufre por el calor. En un colegio en Rivas el termómetro marcó 32 grados a las 12.45 de la mañana en una clase de quinto de primaria. En otro, Sergio, un estudiante de 7 años del Colegio de Infantil y Primaria Leopoldo Alas, en La Elipa, terminó en el hospital luego de estar mucho tiempo en el patio de su cole, donde no hay ni un metro cuadrado de sombra. “El niño tuvo actividad de gimnasia al aire libre. Se comió un bocadillo a la sombra y luego corriendo se sintió mal. Mi marido fue a recogerle y estaba ardiendo con 39 de fiebre y fueron a Urgencias”, cuenta por teléfono a EL PAÍS su madre, Carolina África. El parte del Hospital Infantil Universitario Niño Jesús, del que tiene copia este diario, dicta un diagnóstico de insolación.
El amante del policial nunca tiene suficiente. Quién sabe qué hay en la afición por lo detectivesco —el propio misterio en sí, la posibilidad de estar cada vez ante un abismo diferente, el reto de enfrentarse a un acertijo del que dependen vidas, por más que estas sean ficticias— que la vuelve por completo adictiva. Tal vez sea la forma que adopta cada vez, permitiendo, mientras se persigue al criminal, formar parte de la vida de su protagonista, y llegar a considerarlo una especie de viejo conocido. Lo cierto es que, por más que estemos en la era del true crime, la ficción criminal sigue ahí, en plena forma, y buena muestra de ellos son estas 12 series —algunas en activo desde hace más de dos décadas, para aquellos que busquen un segundo hogar policial— capaces de saciar la siempre insaciable sed de investigación catódica.
¿Puede el vino ser arte? Para Marta Cortizas, la respuesta es un sí rotundo. La última ganadora del Campeonato de España de Sumilleres siempre pensó que se dedicaría a la música, la danza o la interpretación. La misma sensibilidad que la llevó a estudiar Bellas Artes le permite moverse ahora con resolución en un mundo de aromas y sabores, improvisar con naturalidad en la atmósfera estresante de una competición de vinos o deslizarse como una bailarina por la sala del triestrellado El Celler de Can Roca de Girona, donde trabaja como sumiller.