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En el verano de 2009, con motivo del estreno de su película Enemigos Públicos, la Cinematheque Française organizó un encuentro en París con el director estadounidense Michael Mann. Entre el público, un hombre pidió la palabra y dijo: “No sé si sabe que Heat es un referente absoluto para el crimen organizado. He sido gánster. No presumo de ello. Acabo de pasar diez años en prisión. He asaltado furgones blindados y joyerías y para ello tuve un asesor, un profesor, una especie de mentor que se llama Michael Mann. ¿Es consciente de que hay criminales que se inspiran en su cine?”.
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Se ha pasado toda la campaña de promoción negando los paralelismos con su historia personal. “Lo que menos me gustaría es que la gente tratara de hacer como con Mi reno de peluche, porque sería imposible: hay tantas influencias, tantas historias de tantos amigos…”, replicaba Lena Dunham ante las insistentes especulaciones que relacionaban la trama de Sin medida, su nueva serie para Netflix, con su sonada ruptura con el cantante y compositor Jack Antonoff. La creadora de Girls y el miembro de bandas como Fun y Bleachers fueron la pareja milenial por antonomasia de la pasada década en Hollywood. Dos fuerzas creativas que unieron sus caminos durante cinco años en un romance tan aspiracional que hasta la mismísima Taylor Swift escribió una canción —You Are In Love— inspirada en los elogios que su amiga Lena dedicaba a su chico, productor también de varios de los éxitos de la cantante. Ocho años después de su separación, en diciembre de 2017, su historia de amor, calificada como “una de las más tristes” y que puso de luto a toda una generación, ha vuelto a los titulares por las similitudes, tan evidentes como dolorosas, con su nueva serie.
Hace unos meses visitamos el cementerio para mascotas de Hartsdale. Inaugurado en 1896 en esa localidad al norte de Nueva York, es uno de los más antiguos del mundo. Fue una idea de mi hija, que llevaba tiempo obsesionada con ese lugar consagrado al duelo de los humanos por sus animales. En Hartsdale hay perros, caballos, gatos y pájaros. Y en menor medida, conejos, reptiles, monos y hasta un león, el de una princesa rusa que vivía en el hotel Plaza a principios del siglo XX. Todos los que hemos querido a un animal conocemos muy bien el dolor que provoca su pérdida. Cuando mi madre perdió a su perra faldera, una bichón francesa llamada Alfonsina, escribió un artículo sobre su dolorosa ausencia titulado El rastro de Alfonsina. Venía a decir que casi sin darnos cuenta los perros nos dejan su indeleble huella. Y ahí se queda, como sus pelos, clavada para siempre.
Francisco Bethencourt (Lisboa, 70 años) elabora su argumentación con un tono de voz que nunca sube un decibelio de más, pero desmonta con la eficacia de una apisonadora las toneladas de prejuicios en torno al racismo o la migración. Nos recibe en una luminosa sala de trabajo del King’s College, en el Strand londinense. Lleva 20 años ocupando la cátedra Charles Boxer de Historia en ese centro universitario de prestigio internacional, después de pasar por la Universidad Nueva de Lisboa y de dirigir la Biblioteca Nacional de Portugal.
Tras una década de trabajo en Toronto (Canadá), el arquitecto aragonés Luis Arredondo decidió recoger sus bártulos y volver a España. El covid fue el detonante definitivo para cerrar su estudio allí y empezar de cero aquí. Nacido en Zaragoza, llegó a Palma (Mallorca) en 2021 para fundar, junto a otros tres profesionales, Oval Estudio. Los planes iban por buen camino hasta que se topó con una realidad: la escasez de vivienda en la isla. El precio del piso que había alquilado subió 300 euros en apenas un año. “No era mi intención original, pero vi que salía más a cuenta intentar pagar una entrada y una hipoteca”, recuerda. Así nació Casa Periscopio, el hogar donde reside y que él mismo ha rehabilitado a partir de dos grandes desafíos. El primero, conseguir colar la luz por un inmueble entre altas medianeras y apenas 4,6 metros de ancho. El segundo, obtener vistas a la Sierra de Tramontana. “Buscar cómo conseguirlo fue el inicio de esta aventura”, relata Arredondo. También profesor de swing, ahora entrena sus bailes en un luminoso salón con una preciosa panorámica a la montaña tras superar ambos retos.
La solemnidad de los reconocimientos y méritos de la bióloga Kathy Willis (Londres, 61 años) —de la Medalla Faraday por la comunicación de la ciencia al título de baronesa de Summertown— contrasta con su talante asilvestrado. La entrevista es en un hotel de Londres. Llega de Oxford con zapatillas deportivas y una mochila. Se cambiará en cuanto llegue a la Cámara de los Lores, donde tiene sesión semanal.
“Lo mío siento que es contar historias y crear belleza de lo inesperado. Eso trasciende cualquier disciplina que haga, ya sea actuar, la escultura, la fotografía o el cabaret. Lo esencial es contar una historia, una emoción; la forma que tome es secundaria”, dice Mina Serrano desde México, “un lugar vibrante” que asegura que le inspira y sorprende constantemente. “Aquí estoy inevitablemente en otro contexto. Sin ir más lejos, el otro día de repente estuve en el norte de México en una congregación de cowboys homosexuales”, comenta. Nacida en Granada, con 17 años se trasladó a Madrid para estudiar Arte Dramático en un viaje en el que ejercía de +1, pues acompañó a un novio a hacer las pruebas de acceso de la Resad (Real Escuela Superior de Arte Dramático). En uno de esos giros que tanto gustan a la cultura pop, decidió presentarse también y terminó por ser la elegida. En la interpretación encontró no solo una manera de expresarse, sino una auténtica terapia. “Lo mío con la actuación empezó porque era extremadamente tímida de pequeña, hasta el punto de que dejé de hablar. Les recomendaron a mis padres que hiciese teatro. Hasta ese momento me refugiaba en mis dibujos y en mis cómics y el contacto con el teatro me hizo descubrir que podía contar con mi voz y con mi cuerpo todas esas historias que creaba”, asegura.
Beatriz Moreno de la Cova.
Jordi Fontanals (Ana Prado) para Chanel y Miriam Quevedo.
Lucero Hurtado.
Cristina Serrano.
Sergio Borondo y Adolfo Carceller.
Javier Navarrete.
Diego Serna.
Marina Marco.
Cleopatra, Isabel I e Isabel II de Inglaterra, la reina Carlota, la zarina Catalina La Grande… en la extensa carrera de Helen Mirren los personajes de grandes mujeres de la historia de la realeza son una constante. Algunos de estos papeles le han proporcionado asombrosos éxitos (el Oscar, Globo de Oro y Bafta que se llevó por la película La reina (2006), sobre la vida de Isabel II) y otros han pasado más desapercibidos, pero todos han contribuido a consolidar su imagen como una actriz más que solvente, un apellido poderoso que no necesita convencer a los espectadores: si sale Mirren, probablemente será buena.
En lugar de mostrar su foto sobre una alfombra roja o luciendo un vientre perfecto frente al espejo del gimnasio, Ana prefiere compartir la foto en la que aparece con ojeras, con una camiseta vieja o poniendo un gesto cómico con los ojos cruzados. Lo hace a propósito. “Pienso que así puedo caer mejor”, explica. “Me da menos vergüenza. Es como decir: ’Si con esta foto alguien me da match, ya hemos pasado una primera prueba”. Ana, que se dedica a la industria del cine y que en realidad no se llama así, aplica esta lógica tanto en redes sociales como en aplicaciones de citas. Y parece ser que no es la única.