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Un acuerdo de paz entre Armenia y Azerbaiyán, enfrentados desde la desintegración de la Unión Soviética, parece cada vez menos lejano. El pasado día 10, el primer ministro armenio, Nikol Pashinián, y el presidente azerbaiyano, Ilham Alíyev, se reunieron durante casi cinco horas en Abu Dabi para abordar el proceso que ponga fin a más de tres décadas de enfrentamientos y “la normalización de las relaciones bilaterales”, según destacaron los ministerios de Exteriores de ambos países en sendos comunicados. Menos de una semana después, Donald Trump, en un nuevo intento de sumar méritos para su ansiado Nobel de la Paz, aseguró que pronto se pondría fin al conflicto. “Hemos hecho magia, el acuerdo de paz entre Armenia y Azerbaiyán está cerca”, declaró el presidente de Estados Unidos, subrayando el papel mediador de Washington.
No importa el calor. Tampoco las miradas de unos turistas que, extrañados, se preguntan qué hace una adolescente vestida de princesa en mitad del parque de El Retiro. Los padres, orgullosos, observan a la joven posar ante un fotógrafo contratado para la ocasión. Todo debe ser perfecto. O, al menos, parecerlo. Ellos, de traje y corbata; ellas, con largos vestidos. La protagonista brilla con luz propia, casi literalmente, gracias a la abundante brillantina. Padre y hermanos actúan como convidados de piedra, mientras madre y hermana dan indicaciones al esforzado fotógrafo, que trata de que el calor, bajo un sol de justicia, no arruine todo el trabajo.
La tradición hunde sus raíces en culturas prehispánicas como la mexicana y otras civilizaciones mesoamericanas y fue reinterpretada por el catolicismo durante la colonización. Con el tiempo, se añadieron misas, rosarios y ritos cristianos que simbolizan el paso de niña a mujer. Aunque el fondo común se mantiene, los rituales varían según el país. En México, por ejemplo, la ceremonia empieza con una misa de acción de gracias y continúa con el cambio de zapatillas por tacones, el uso de una corona y la entrega de la última muñeca como símbolo del fin de la infancia. En Cuba, se baila un vals con el padre y otras 14 parejas, se apagan 14 velas y se entregan 14 rosas.
En Colombia, Perú y Venezuela los rituales incluyen misa, cambio de calzado, entrega de velas a personas significativas, coreografías con música tropical y un brindis con el padre. En Honduras y Paraguay se suman la entrada solemne, la entrega de una muñeca, un ramo y una corona y en ocasiones una coreografía grupal. En Argentina y Uruguay predominan los elementos europeos, como el vals familiar y la entrega de 15 velas o rosas. Y en Ecuador se añade un detalle singular: el reparto de ligas entre amigas solteras, como en las bodas. Pese a las diferencias, el esfuerzo es común: muchas familias ahorran durante meses o años para costear esta celebración o al menos para pagar una sesión de fotos como recuerdo de vida.
Cuando están a punto de cumplirse 80 años del final de la Segunda Guerra Mundial —el 15 de agosto de 1945, con la rendición incondicional de Japón tras los bombardeos atómicos contra Hiroshima y Nagasaki—, poco a poco van desapareciendo aquellos que combatieron en ella. La época de los testigos está a punto de acabarse. El 21 de julio falleció, a los 102 años, Jake Larson, uno de los últimos veteranos del desembarco de Omaha el 6 de junio de 1944. Larson se había convertido en una estrella de TikTok, donde contaba sus experiencias durante la invasión de Europa, lo que refleja hasta qué punto el interés por el conflicto más sangriento de la historia nunca ha parado de crecer.
Una patrulla de la Guardia Civil acude, una noche de primeros de junio, a atender el aviso de un incendio en una casa vieja y de una planta de Torres de la Alameda, un pueblo de 7.700 habitantes en el este de la Comunidad de Madrid, a un paso de Alcalá de Henares. Como el municipio no tiene cuartel, se desplazan desde el de Villalbilla, a nueve kilómetros, y lo que les relatan sus habitantes, una madre y un hijo en situación de extrema vulnerabilidad y pobreza, y el propio estado cochambroso de la vivienda, les pone la piel de gallina: el fuego había sido provocado por terceras personas y no es un hecho aislado, sino que llevaban mucho tiempo sufriendo constantes ataques, todos al amparo cobarde de la noche y sin motivo aparente.
Este lunes hace un año Venezuela celebró unas elecciones presidenciales que para millones de ciudadanos representaban una oportunidad sin precedentes de cambio político. La oposición concurría unida por primera vez en años bajo el liderazgo de María Corina Machado, quien no pudo presentarse debido a una inhabilitación impuesta por el chavismo, pero promovió como candidato al diplomático Edmundo González Urrutia. Según las actas electorales difundidas por su equipo, la votación se resolvió con su triunfo rotundo: más del 70% de los votos. Sin embargo, Nicolás Maduro se proclamó ganador sin presentar ninguna prueba del escrutinio. La indignación popular y el repudio de la inmensa mayoría de la comunidad internacional no movieron ni un ápice su posición y el chavismo sigue, un año después, atrincherado en el poder.
Fridtjof Nansen se llevó el Nobel de la Paz por crear el primer pasaporte para refugiados, un encargo de la Liga de las Naciones para sobrevivir a la resaca de la Primera Guerra Mundial. El colapso de los grandes imperios ―ruso, otomano y austro-húngaro― había dejado millones de apátridas en situación crítica. El pasaporte Nansen no les garantizaba asilo o ciudadanía pero les permitía cruzar fronteras y pedir permisos de residencia y empleo en otro país. Casi medio millón de personas recibieron pasaportes Nansen.
Moha no se sorprendió cuando, el pasado jueves, varios agentes con pasamontañas irrumpieron en el centro de acogida de Gran Canaria donde le había tocado vivir. Los perros olfateaban habitaciones, los policías abrían puertas. Al cabo de unas horas, el centro fue clausurado y dos directivos de la ONG detenidos. Muchos de los menores ya sabían, por lo que circulaba en TikTok, que la entidad encargada de atenderlos estaba siendo investigada por presuntos malos tratos, torturas y otros delitos. Pero Moha, de 17 años, no necesitaba leerlo en las noticias: asegura que lo vivió cada día durante un año. Habla de un cuarto de aislamiento en el sótano. De golpes. De cuidadores con formas y físico de matones. Un patrón que, según extrabajadores y chicos, se repite en varios centros.
Veguellina de Órbigo, Benavides de Órbigo, Villares de Órbigo, San Feliz de Órbigo, Hospital de Órbigo, Villarejo de Órbigo y Gualtares, este último pueblo sin el apellido del río que abastece esta comarca del suroeste de la provincia de León, se han quedado sin poder regar sus huertos en suelos urbanos. Los mayores y no tan mayores encontraban en labrar unos terrenos junto a sus pueblos una forma de entretenerse, de producir frutas y verduras sanas y de calidad, de ahorrar unos dineros y de enverdecer los paisajes del alfoz. Ahora claman contra la comunidad de regantes Presa de la Tierra que, al buscar un sistema moderno de riego, impide que el agua recorra las viejas acequias y se controle mediante pequeñas presas para nutrir los tomates, patatas o cebollas de los vecinos. Los afectados respetan la “modernización” pero la creen compatible con usar los cauces que históricamente han recorrido sus pueblos.
Alberto García-Salido (Madrid, 1981) sugiere que las fotos se hagan en un lugar muy concreto del parque de El Retiro, una estatua que homenajea a un médico y que le inspiró para una historia de ficción que escribió en la red social X y por la que fue premiado. “¿Has visto el gesto del niño?”, pregunta mientras posa. Trabaja en la unidad de cuidados intensivos pediátricos del Hospital Niño Jesús de Madrid desde hace 19 años, ha publicado cuatro volúmenes de relatos y dos novelas, Aprender a volar y Todos los finales felices se parecen, ambas publicadas por Ediciones B.