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Las imágenes del concierto de la banda británica Coldplay en el Gillette Stadium de Boston (Estados Unidos) en las que una pareja de compañeros de trabajo era sorprendida abrazada por la Kiss cam (cámara de los besos) se han convertido en un fenómeno viral, con múltiples reproducciones en las redes sociales, y en tema recurrente de conversación. Andy Byron, director ejecutivo de Astronomer, y Kristin Cabot, jefa de recursos humanos de la misma empresa, han copado el foco del debate no solo por su affaire ―al estar ambos casados con otras personas―, sino por el hecho de que comparten espacio de trabajo. O compartían, porque Byron renunció el pasado sábado a su puesto, después de que la compañía, especializada en herramientas de infraestructuras de datos para empresas, lo apartase tras abrir una investigación al respecto. Y Cabot formalizó su abandono el pasado viernes tras varias semanas soportando una enorme presión ante la que dijo basta. Pero, ¿qué hubiera pasado si en lugar de trabajar para una empresa estadounidense lo hicieran para una española? ¿Es, en definitiva, un riesgo tener una relación con un compañero de trabajo?
El indescriptible sufrimiento infligido a la población civil de Gaza por parte de Israel —un asedio de rasgos medievales para el cual cuesta encontrar parangones en la historia reciente de la humanidad— desata una amplia ola de indignación internacional. A pesar de la evidente barbarie perpetrada contra los gazatíes, la comunidad internacional no ha actuado para frenar a Israel y protegerlos. Ha habido algunas iniciativas notables, como la emisión por parte del Tribunal Penal Internacional de una orden de arresto contra Benjamín Netanyahu o la demanda de Sudáfrica contra Israel por genocidio ante el Tribunal Internacional de Justicia, que ha ordenado medidas cautelares. Pero no ha habido ningún movimiento realmente capaz de alterar el curso de los acontecimientos. ¿Por qué?
Ghislaine Maxwell ha pasado, gracias al resucitado caso Epstein, de cómplice y colaboradora necesaria del depredador sexual, por lo que fue condenada en 2022 a 20 años de cárcel, a protagonista en un escándalo político que tiene contra las cuerdas al presidente Donald Trump. Interrogada durante dos días consecutivos por Todd Blanche, el fiscal general adjunto de EE UU, en Florida, donde está recluida, Maxwell es para muchos la guardiana de los secretos que los republicanos más extremos, los dados a las teorías de la conspiración, se empecinan en ver: qué pasó de verdad con el financiero, si se suicidó en su celda en 2019, como ha dictaminado la justicia y ha asumido la Administración de Trump para enfado de sus hooligans, o si fue suicidado por intereses ocultos. Porque Maxwell (Maisons-Laffitte, Francia, 63 años) podría tener también la llave de la famosa lista Epstein: los nombres de los poderosísimos amigos del pederasta, empezando por el del propio Trump, y cuya publicación se ha convertido en una vía de agua en el Partido Republicano.
“Ucrania no es Rusia”, coreaban los manifestantes que han protestado esta semana en las calles de Ucrania contra su presidente, Volodímir Zelenski. Ucrania no es Rusia porque tiene una sociedad civil conjurada desde 2014, desde la revolución proeuropea del Maidán, en defender la democracia y reformar un país con una corrupción sistémica a todos los niveles. Zelenski ha puesto en entredicho el legado del Maidán, explican a EL PAÍS algunos veteranos de aquel movimiento prodemocrático y a favor de Europa, con la ley que aprobó el martes su mayoría absoluta en el parlamento para anular la independencia de las agencias anticorrupción.
La historia que cuenta Ullah Zakha parece del siglo XIX, pero empieza en 2019. Salió de Gujrat, Pakistán, para ir andando hasta Italia, tardó un año y ocho meses. Muestra en el móvil la ruta que hizo, y asegura que todos sus compañeros han llegado igual: pasó por Afganistán, Irán, Turquía, Grecia, Serbia, Hungría, Austria y en Italia acabó en Prato, a media hora de Florencia. Es la segunda ciudad de Toscana, con 198.000 habitantes, y el centro de industria textil más grande de Europa, un núcleo histórico del made in Italy que desde la crisis de 2008 fue colonizado por una galaxia de 5.000 empresas chinas, de un total de 7.000. Son subcontratadas para hacer rápido ropa barata para otras marcas y suponen el 3% de toda la producción textil de la UE. Después de un viaje así, Ullah Zakha se encontró trabajando en una fábrica de un empresario chino, Confezioni San Martino, 12 y 14 horas al día, siete días a la semana, y si se ponía enfermo no cobraba. Mandaba parte del dinero a su familia y vivía en una casa de dos habitaciones, un baño, cocina y salón con otras 10 personas.
El paso de los años ha sentado bien a La red social, de David Fincher, el largometraje sobre los inicios de Facebook. La BBC, incluso, la incluyó en la lista de mejores películas del siglo XXI. Mala noticia para los gemelos Cameron y Tyler Winklevoss, retratados como pardillos, y, para colmo, interpretados por el hoy infame (y públicamente caníbal) Armie Hammer. Cabe suponer que sus inminentes planes de llevar a Gemini –su plataforma de intercambio de criptomonedas– a cotizar en Bolsa les ayuden a pasar página, o al menos a olvidar el guion de Aaron Sorkin.
Pasión deportiva. Los gemelos Winklevoss han trasladado su pasión deportiva del remo olímpico a las inversiones financieras, concretamente en el fútbol británico. En 2024 se coPasión deportiva. Los gemelos Winklevoss han trasladado su pasión deportiva del remo olímpico a las inversiones financieras, concretamente en el fútbol británico. En 2024 se convirtieron en copropietarios del Real Bedford FC, un modesto club inglés de octava división. Invirtieron 4,5 millones de dólares (en bitcoin) con la ambición de llevar al equipo hasta la Premier League, convirtiéndolo en un experimento de fútbol financiado por criptomonedas.nvirtieron en copropietarios del Real Bedford FC, un modesto club inglés de octava división. Invirtieron 4,5 millones de dólares (en bitcoin) con la ambición de llevar al equipo hasta la Premier League, convirtiéndolo en un experimento de fútbol financiado por criptomonedas.
En la plaza del palacio, ante sus selectos invitados, Alberto de Mónaco salió a celebrar sus 20 años de reinado el pasado 19 de julio. “Todo lo que he hecho cada día, ya sea en la escena internacional, en la soledad de mi oficina o en los mares lejanos, lo he hecho por vosotros”, dijo, emocionado. Fue durante el cóctel para festejar sus dos décadas como soberano de este territorio de apenas 40.000 habitantes, cuyas virtudes, declaró, son “el trabajo, la hospitalidad, el interés por la innovación, el compromiso con la ética y la apertura al desarrollo internacional”.
La arena quema bajo el sol abrasador en el campamento de Al Mawasi, pero Hamza, de tres años, apenas lo nota. Sus diminutas manos aprietan puñados de tierra que lanza contra su madre mientras agita una hoja de palma como si fuera un arma. “¡Tengo hambre, quiero comida!”, grita en un árabe entrecortado, con la voz quebrada por la desesperación.