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El encargo más extravagante que ha recibido en toda su carrera Bruno Fernandes, chief concierge del hotel Four Seasons Mallorca, no fue para una princesa catarí ni para un magnate ruso. Fue para, llamémoslo Sir Eduard, una mascota, cuyo dueño —desde 2023 deberíamos decir tutor— es un secreto. Para cumplir con el pedido se hizo colocar una alfombra roja de varios metros a la entrada del hotel por la que hizo su entrada triunfal un perro ya anciano con las patas traseras paralizadas que se desplazaba con estilo y parsimonia en una silla de ruedas mientras sonaba música clásica. En el spa le esperaba un circuito personalizado para sus problemas de movilidad que incluía tomar las aguas a diferente presión y temperatura y varias sesiones de masajes. Los dueños, que no pasaron por la alfombra roja pero sí por varios circuitos wellness, no iban a aceptar recuperarse de un largo viaje transoceánico en un spa de ultralujo que excluyera al veterano de cuatro patas de la familia.
El mundo se cae a los pies de una persona cuando llora por pena o enfado. Los sentimientos brotan como lágrimas y busca ocultarse el rostro con las manos y pasar cuanto antes el mal trago. Pero la situación se complica aún más cuando el hijo aparece y pregunta: “¿Estás llorando?”. Algunos padres encuentran este momento una crisis aún mayor de la que están viviendo, se quedan paralizados, se secan las lágrimas y contestan: “No, cariño, está todo bien, estoy bien, no me pasa nada”. Con este ejemplo, Leticia Falagán, experta sanitaria en psicología infantil, expone una situación típica. “Si contestamos que todo está bien, el niño se da cuenta de que no es cierto. Y, al final, lo que le estamos enseñando es a que oculte su tristeza. Y le estamos diciendo que llorar no está bien”, sostiene. Y estos niños, al convivir con esta represión de sentimientos, cuando sean adultos, según la psicóloga, puede que gestionen mucho peor el estrés y la ansiedad.
Sonia Basseda y Bárbara Selena Rodríguez han hecho un gran esfuerzo por acudir a esta entrevista, solicitada y organizada a salto de mata. Ambas ponen todo de su parte y aceptan tomar un tren y un vuelo barato con vuelta en el día para poder ser fotografiadas juntas en la redacción de EL PAÍS en Madrid, dado que una reside en Rubí (Barcelona) y la otra en Ibiza, y llegar a tiempo a publicarla.
Sonia Basseda (Barcelona, 50 años) y Bárbara Selena Rodríguez (Castellón, 49 años) no se conocían absolutamente de nada cuando, en 2001, fueron elegidas en un casting para montar un dúo femenino y cantar una canción, Yo quiero bailar, aspirante a la preselección del Festival de Eurovisión de ese año y a ser la canción de ese verano. Lo de Eurovisión no lo consiguieron, quedaron en sexto lugar. Lo segundo no solo lo consiguieron sino que, casi 25 años y millón y medio de discos vendidos después, el temazo sigue sonando en verano y en invierno como un himno a la alegría de vivir en verbenas, bodas y karaokes. Solo ellas saben por qué se separaron en 2002, solo un año después de dar la campanada y en plena cresta de la ola, y por qué han permanecido ajenas la una de la otra en casi todo este tiempo. Hasta que la insistencia de sus fans, y la perspectiva de reencontrarse con un público que no las ha olvidado, volvió a juntarlas el año pasado. Hoy están como nunca, dicen, signifique lo que signifique eso. Y quieren demostrarlo.
En el otoño del año 1900 un grupo de jóvenes burgueses e idealistas, asustados ante la industrialización imperante e inspirados por la Lebensreform (movimiento cultural y social surgido en Alemania y Suiza a finales del siglo XIX cuyo objetivo era transformar la vida individual y social a través del retorno a una vida más natural y saludable), viajaban desde el norte de Europa rumbo a Italia cuando decidieron hacer un alto en el camino. Se detuvieron en una colina de Ascona, entonces un pequeño pueblo de 1.000 habitantes, con vistas radiantes del lago Mayor, en el Ticino, la Suiza italiana. Ahí estaban la profesora de pianoforte alemana Ida Hofmann y su pareja Henry Oedekoven, hijo de un industrial belga; el austrohúngaro Karl Gräser y su hermano Gustav, que prefería que se le llamase Gusto, poeta y filósofo, y una figura mística de gran inspiración para el resto; Jenny, hermana de Ida y también profesora y cantante; Ferdinand Brune, un teósofo de Graz; y Lotte Hattemer, hija de un alto oficial de Berlín, activista y radical reformadora de la vida que practicaba el ayuno y el nudismo como formas de pureza espiritual.
Siente una especie de respiración lejana. Bueno, en realidad siente muchas. Está todo oscuro, pero percibe un ritmo pausado y lejano de otras compañeras. Quizás ella no lo sabe, pero es una semilla metida junto a otras muchas en un sobre blanco, forrado por dentro con algo parecido al aluminio. No hay movimiento, no hay sonidos. Hasta que, de repente, todo cambia. Se oyen gritos, alguna risotada; varios golpes y todo se calma. El sobre acaba de aterrizar en una mesa, en un aula, en un colegio. Una maestra rasga un sobre de papel que envuelve el otro interior, más pequeño y blanco. En aquel envoltorio de papel hay una fotografía a todo color de lo que parecen margaritas. Ah, no, pone “zinnia elegans” en letras grandes por encima de una imagen con flores blancas, rosadas, fucsia, rojizas, naranjas y amarillentas. Parecen tener todos los colores. Bueno, no las hay moradas, una lástima, pero aun así la gama de tonos es de lo más variado.
En la península británica de Cornualles, en una aldea llamada Roseland, se puede encontrar una iglesia gótica del siglo XIV, un pub con una chimenea encendida y una cabina telefónica roja cubierta de hiedra. Pero entre estos elementos típicamente ingleses hay una adición más reciente al pueblo: un olivar. Quinientos árboles frondosos bailan con la brisa marina mientras los caballos pastan en la hierba silvestre entre los troncos nudosos. Sobre ellos, nacen con confianza flores blancas, sabiendo que pequeñas aceitunas verdes están a punto de brotar porque aquí, en el remoto campo británico, ha comenzado una silenciosa revolución agrícola: el primer aceite de oliva cultivado en el Reino Unido.
Con índices europeos como el Ibex 35 y el Dax alemán subiendo más de un 20% en lo que va de año, y los estadounidenses marcando máximos históricos semana tras semana, la búsqueda de diversificación ha vuelto a ocupar un lugar central en las carteras. Para los inversores con mayor tolerancia al riesgo que desean mantener exposición a renta variable, muchos gestores coinciden en que los pequeños valores (small caps) representan una oportunidad atractiva. Los valores de gran capitalización son los que sostienen habitualmente el rally bursátil y con la remontada lograda desde los mínimos de abril, los medianos y pequeños resurgen como alternativa para seguir apurando rentabilidad.
La cocina china es terapéutica, rica y diversa. Y, sin duda, China, en la amplitud de su territorio y culturas que en ella habitan, conforma una de las grandes cocinas del mundo. El país abarca treinta y cuatro provincias y regiones e incluye cincuenta y seis nacionalidades indígenas, cada una con sus propias tradiciones culinarias. “De los fértiles valles de los imponentes ríos Amarillo y Yangtsé a la elevada meseta tibetana o las estepas semiáridas del interior de Mongolia. Y su clima han dictado las prácticas culinarias de cada zona”, escriben Kei Lum Chan y Diora Fong Chan, autores de China (Phaidon) posiblemente el mejor libro sobre la grandeza culinaria del país editado hasta la fecha.
El astrofísico estadounidense Claude Canizares dice que debería apellidarse Cañizares con eñe, como su padre, un médico cubano que emigró a Francia en los años treinta del siglo pasado, y después se asentó en Estados Unidos. Este científico tiene ahora 80 años, 50 de ellos en activo como astrofísico del Instituto de Tecnológico de Massachusetts, una de las mejores universidades del país, de la que fue director de investigación científica y vicedirector. Canizares codirige el telescopio espacial Chandra de la NASA, que este año cumple 26 años en operación. El instrumento puede tener los días contados por el brutal recorte del 50% que planea el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, en la agencia espacial estadounidense.
España tiene este domingo en la final de la Eurocopa (18.00, La1), en la que se enfrenta contra la actual campeona, Inglaterra, la oportunidad de convertirse en la primera selección femenina en conseguir la triple corona. La Roja, que hasta antes de ayer era una novata en las fases finales de los grandes torneos, levantó el Mundial en 2023 y la Liga de las Naciones en 2024. En solo tres años, una generación de jugadoras formidable ha catapultado al equipo desde el ostracismo futbolístico hasta la superélite con un estilo seductor en el que el protagonista siempre es el balón. El vestuario dirigido por Montse Tomé está en disposición de conquistar la primera Euro de su historia. En su quinta participación en el torneo, el grupo se estrena en el último escalón, al que llega como favorito tras completar un camino inmaculado con cinco victorias en cinco partidos, por mucho que los cuartos ante Suiza no fueran los más brillantes y las semifinales ante Alemania se convirtieran en un dolor de muelas que no se solucionó hasta el gol de Aitana Bonmatí en la prórroga. “Es la evidencia de que tenemos una generación de oro, porque realmente estamos viviendo cosas únicas, y no todos los años se va a tener esta generación”, decía el viernes la centrocampista, doble Balón de Oro.