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Dicen que no son buenos tiempos para la crítica, pero me atrevería a decir que sería todo lo contrario. Son los mejores, los más urgentes y los más proclives, porque el panorama no puede ser más preocupante, de lo social a lo institucional pasando por lo político. Momento que demanda una crítica fuerte, feroz y contundente, una posición firme que analice los matices, que se aleje de la queja y que se acerque a ese pensamiento crítico que, eso sí, muchas veces parece un espejismo. Es tan difuso como esa crítica cultural que sustituye cada vez más a la crítica de arte, musical o literaria, ese crítico periodista convertido en agente cultural subordinado tantas veces a la máquina de la promoción tan alejada de una lectura independiente, una voz especializada y unas vinculaciones intelectuales. Una posición que conlleva más estudio y disciplina, y menos lobbys y cotas de poder. Faltan medios, dinero, apoyo y espacio, sí, pero urge alzar la voz y poner el foco en esas preguntas clave que muchas veces pasan por alto: ¿es buena esta exposición? y ¿qué es una buena exposición?
Son incómodas, despiertan la necesidad incontrolable de rascar y, a veces, se convierten en el foco de enfermedades e infecciones. Vuelven como cada verano, aunque los mosquitos no pican a todas las personas por igual. Detrás de esa vulnerabilidad hay factores como el dióxido de carbono exhalado, el calor corporal, la humedad o la apariencia visual de la persona; eso sí, el olor de la piel sigue siendo la clave para explicar por qué algunas personas sufren más picaduras que otras.
“La IA nos ha permitido ahorrarnos el 20% del tiempo en la redacción de informes”, afirma Marcos Gallart, vicesecretario del área de urbanismo del Ayuntamiento de Bétera (Valencia). “Sorprende la cantidad de trámites diarios que no generan valor, que consumen mucho tiempo en nuestro trabajo”, añade el funcionario, para dar una idea del impacto que ha tenido en su administración local la implantación de un sistema de inteligencia artificial (IA) para agilizar el tratamiento de ciertos documentos.
No sería de extrañar que la palabra “arepa” te suene familiar; según las últimas cifras publicadas, se estima que en España residen actualmente cerca de 400.000 ciudadanos venezolanos. Como es lógico y para nuestra fortuna, han traído consigo delicias tales como las empanadas, la cachapa, los tequeños, y por supuesto, las arepas, su pan de cada día –y el de los colombianos–. Aún así, una pequeña explicación: las arepas son una especie de pan redondo, de entre 10 y 12 centímetros generalmente, que se elaboran con harina de maíz blanco precocida y se asan en una sartén, plancha o budare, o se fríen en abundante aceite.
El gesto de sorpresa, con los ojos muy abiertos y una sonrisa de incredulidad, pronto se convierte en un llanto de emoción. Es la primera reacción del californiano de 45 años Casey Harrell al escuchar su voz después de cuatro años, cuando la esclerosis lateral amiotrófica (ELA) empezó a afectar los nervios que controlan los músculos de su garganta. Las lágrimas también invaden a su esposa, que está a su lado junto a su hija pequeña. La prueba tiene que parar durante unos minutos, porque algunos miembros del equipo de la Universidad de California en Davis no pueden evitar conmoverse. El grupo ha desarrollado una interfaz cerebro-computadora (BCI, por sus siglas en inglés) que no solo interpreta en tiempo real lo que Harrell quiere decir, sino que además capta su entonación y estilo a la hora hablar.