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A 50 kilómetros al sur de Sevilla hay una localidad, El Palmar de Troya, que se despuebla con las ferias. La mitad de sus vecinos acuden a trabajar en las casetas de las ferias de Sevilla, Jerez, El Puerto de Santa María o Alcalá de Guadaíra para convertirse en la mano de obra que permite a esos municipios vivir a tope su semana grande del año, con la diversión a toda mecha. Son montadores de casetas, camareros, cocineros, cortadores de jamón y guardas de seguridad que entre abril y octubre levantan pueblos efímeros a las afueras de cada localidad andaluza para desmontarlos cinco días después. Las condiciones laborales de estos empleados eventuales han mejorado el último lustro, pero los abusos de los empresarios siguen a la orden del día. Mientras, estos días de primavera el silencio copa El Palmar de Troya (2.300 habitantes, Sevilla), que reduce a la mitad sus conversaciones.
El proyecto está aún en una fase muy incipiente, pero ya ha suscitado el rechazo de los partidos de la oposición. Vox, socio de gobierno del PP en el Ayuntamiento de Toledo, quiere que la ciudad, Patrimonio de la Humanidad desde 1986, cuente con un teleférico panorámico. La iniciativa se aprobó con el respaldo de los populares en el Debate sobre el Estado del Municipio celebrado el pasado año, y la formación ultra dispone ya de un estudio confeccionado por una multinacional especializada en este tipo de obras. “Toledo es una ciudad histórica, pero también tiene que ser una ciudad del siglo XXI. Los toledanos de nuestro tiempo tenemos que dejar nuestra huella, nuestra impronta, con pleno respeto a nuestro patrimonio histórico y artístico pero con innovaciones, y el teleférico puede ser una de ellas”, explica a EL PAÍS Juan Marín, edil de Vox y concejal de Promoción Económica y Empleo del Consistorio toledano.
La primera subida de temperaturas en Madrid no pasó desapercibida, menos en los centros educativos, donde todos los años se sufre por el calor. En un colegio en Rivas el termómetro marcó 32 grados a las 12.45 de la mañana en una clase de quinto de primaria. En otro, Sergio, un estudiante de 7 años del Colegio de Infantil y Primaria Leopoldo Alas, en La Elipa, terminó en el hospital luego de estar mucho tiempo en el patio de su cole, donde no hay ni un metro cuadrado de sombra. “El niño tuvo actividad de gimnasia al aire libre. Se comió un bocadillo a la sombra y luego corriendo se sintió mal. Mi marido fue a recogerle y estaba ardiendo con 39 de fiebre y fueron a Urgencias”, cuenta por teléfono a EL PAÍS su madre, Carolina África. El parte del Hospital Infantil Universitario Niño Jesús, del que tiene copia este diario, dicta un diagnóstico de insolación.
El amante del policial nunca tiene suficiente. Quién sabe qué hay en la afición por lo detectivesco —el propio misterio en sí, la posibilidad de estar cada vez ante un abismo diferente, el reto de enfrentarse a un acertijo del que dependen vidas, por más que estas sean ficticias— que la vuelve por completo adictiva. Tal vez sea la forma que adopta cada vez, permitiendo, mientras se persigue al criminal, formar parte de la vida de su protagonista, y llegar a considerarlo una especie de viejo conocido. Lo cierto es que, por más que estemos en la era del true crime, la ficción criminal sigue ahí, en plena forma, y buena muestra de ellos son estas 12 series —algunas en activo desde hace más de dos décadas, para aquellos que busquen un segundo hogar policial— capaces de saciar la siempre insaciable sed de investigación catódica.
¿Puede el vino ser arte? Para Marta Cortizas, la respuesta es un sí rotundo. La última ganadora del Campeonato de España de Sumilleres siempre pensó que se dedicaría a la música, la danza o la interpretación. La misma sensibilidad que la llevó a estudiar Bellas Artes le permite moverse ahora con resolución en un mundo de aromas y sabores, improvisar con naturalidad en la atmósfera estresante de una competición de vinos o deslizarse como una bailarina por la sala del triestrellado El Celler de Can Roca de Girona, donde trabaja como sumiller.
En su volumen Breve tratado cocinado a fuego lento, Jean-Pierre Ostende afirma que saber y sabor tienen como origen el verbo latino sapere, del que derivan sapor (sabor) y sapiens (sabiduría). Sabor y sabiduría están presentes en el steak tartar que Pablo Tomás ha refinado en el restaurante Sintonia (en el barcelonés hotel Gallery), donde en marzo se superaron los 25.000 steaks despachados (en menos de cinco años) y donde se ha convertido en su incontestable seña de identidad. Basta esa cifra para preguntarse qué tiene: “El plato nos representa”, explica Tomás, “por su presentación en sala, elaborado sobre una cabeza de buey.
Los vinos naranjas —blancos fermentados con sus pieles— pueden parecer la última tendencia del mercado. Sin embargo, su historia está ligada a los inicios del vino. “Uno se remonta a Georgia y se imagina estos vinos... es como el origen de todo”, apunta la argentina Mariel Benarós, una de las propietarias del winebar Corchito, en el barrio de Lavapiés, en Madrid. En su local sirven un vino naranja distinto cada día. “Tienen mística. Hay gente que siempre los busca. Algunos son funky, otros más tranquilos, depende de cada uno”, asegura.
“Alguien ha llegado y ha dado una patada al ajedrez, pero las fichas han quedado en el tablero, tenemos que colocarlas de nuevo”. La frase pronunciada esta semana por Félix Sanz Roldán, militar y ex director del Centro Nacional de Inteligencia (CNI), ilustra el desafío al que se enfrenta el mundo tras el regreso de Donald Trump a la Casa Blanca. El magnate estadounidense ha sacudido el planeta al detonar una guerra comercial que cambiará para siempre las reglas del comercio mundial. “El comercio nunca volverá a ser el mismo pese a las negociaciones arancelarias”, dijo hace unas semanas Christine Lagarde, presidenta del BCE, en Fráncfort.
Es relativamente fácil encontrar alguna institución u organización no gubernamental que ayude con alimentos, con una manta o un par de zapatos a quien lo necesita. Pero es casi imposible encontrar quien ayude con los medicamentos para tratar un brote de sarna, un colesterol disparado, una infección bucal o una diabetes. Son medicamentos caros que no puede afrontar quien apenas tiene para sobrevivir. Gran parte de este trabajo lo hace en el sur de Madrid la organización Farmacéuticos Solidarios, que atiende cada semana a 1.900 familias.
Los entusiastas del arte pop pueden aprovechar para dar un salto a São Paulo, donde por aparente azar coinciden durante varias semanas dos amplias exposiciones complementarias. Una, consagrada a Andy Warhol (1928-1987), estrella planetaria y uno de los artistas más influyentes del siglo XX gracias una obra que parece creada a la medida de estos tiempos de Instagram y fama efímera. El visitante se reencuentra en persona con los originales de obras centrales en el imaginario popular, como Marilyn, Mao o Pelé, O rei del fútbol. La otra es una exhibición colectiva, una inmersión en lo que fue el arte pop brasileño de los años sesenta y setenta, en plena dictadura, a través de la obra creada por un centenar de artistas. Aquí la crítica política es un ingrediente esencial y los iconos, el Che, Roberto Carlos y sí, también Pelé.