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¿Puede el vino ser arte? Para Marta Cortizas, la respuesta es un sí rotundo. La última ganadora del Campeonato de España de Sumilleres siempre pensó que se dedicaría a la música, la danza o la interpretación. La misma sensibilidad que la llevó a estudiar Bellas Artes le permite moverse ahora con resolución en un mundo de aromas y sabores, improvisar con naturalidad en la atmósfera estresante de una competición de vinos o deslizarse como una bailarina por la sala del triestrellado El Celler de Can Roca de Girona, donde trabaja como sumiller.
En su volumen Breve tratado cocinado a fuego lento, Jean-Pierre Ostende afirma que saber y sabor tienen como origen el verbo latino sapere, del que derivan sapor (sabor) y sapiens (sabiduría). Sabor y sabiduría están presentes en el steak tartar que Pablo Tomás ha refinado en el restaurante Sintonia (en el barcelonés hotel Gallery), donde en marzo se superaron los 25.000 steaks despachados (en menos de cinco años) y donde se ha convertido en su incontestable seña de identidad. Basta esa cifra para preguntarse qué tiene: “El plato nos representa”, explica Tomás, “por su presentación en sala, elaborado sobre una cabeza de buey.
Los vinos naranjas —blancos fermentados con sus pieles— pueden parecer la última tendencia del mercado. Sin embargo, su historia está ligada a los inicios del vino. “Uno se remonta a Georgia y se imagina estos vinos... es como el origen de todo”, apunta la argentina Mariel Benarós, una de las propietarias del winebar Corchito, en el barrio de Lavapiés, en Madrid. En su local sirven un vino naranja distinto cada día. “Tienen mística. Hay gente que siempre los busca. Algunos son funky, otros más tranquilos, depende de cada uno”, asegura.
“Alguien ha llegado y ha dado una patada al ajedrez, pero las fichas han quedado en el tablero, tenemos que colocarlas de nuevo”. La frase pronunciada esta semana por Félix Sanz Roldán, militar y ex director del Centro Nacional de Inteligencia (CNI), ilustra el desafío al que se enfrenta el mundo tras el regreso de Donald Trump a la Casa Blanca. El magnate estadounidense ha sacudido el planeta al detonar una guerra comercial que cambiará para siempre las reglas del comercio mundial. “El comercio nunca volverá a ser el mismo pese a las negociaciones arancelarias”, dijo hace unas semanas Christine Lagarde, presidenta del BCE, en Fráncfort.
La primera subida de temperaturas en Madrid no pasó desapercibida, menos en los centros educativos, donde todos los años se sufre por el calor. En un colegio en Rivas el termómetro marcó 32 grados a las 12.45 de la mañana en una clase de quinto de primaria. En otro, Sergio, un estudiante de 7 años del Colegio de Infantil y Primaria Leopoldo Alas, en La Elipa, terminó en el hospital luego de estar mucho tiempo en el patio de su cole, donde no hay ni un metro cuadrado de sombra. “El niño tuvo actividad de gimnasia al aire libre. Se comió un bocadillo a la sombra y luego corriendo se sintió mal. Mi marido fue a recogerle y estaba ardiendo con 39 de fiebre y fueron a Urgencias”, cuenta por teléfono a EL PAÍS su madre, Carolina África. El parte del Hospital Infantil Universitario Niño Jesús, del que tiene copia este diario, dicta un diagnóstico de insolación.
Es relativamente fácil encontrar alguna institución u organización no gubernamental que ayude con alimentos, con una manta o un par de zapatos a quien lo necesita. Pero es casi imposible encontrar quien ayude con los medicamentos para tratar un brote de sarna, un colesterol disparado, una infección bucal o una diabetes. Son medicamentos caros que no puede afrontar quien apenas tiene para sobrevivir. Gran parte de este trabajo lo hace en el sur de Madrid la organización Farmacéuticos Solidarios, que atiende cada semana a 1.900 familias.
El principal festival de fotografía en España, PHotoEspaña, está en marcha en su 28ª edición, que comprende un centenar de exposiciones. Con el críptico lema de Después de todo, el certamen, dirigido por María Santoyo y auspiciado por la empresa cultural La Fábrica, ahonda en los caminos en los que la imagen en papel expuesta en un marco y colgada en una pared (“la verticalidad hipercodificada”, que diría algún teórico) ya no tiene el protagonismo, sino que otros soportes y materiales se apuntan para renovar la fotografía.
“La gran pregunta es cuándo se jodió el Perú, ¿no? Cúando se torció el mundo entero”, bromea la escritora (y periodista de EL PAÍS) Berna González Harbour, té en mano. “Pues creo que fue en 2016. Ese mismo año ganaría Trump, pero todo comenzó con el Brexit. Entonces el mundo se partió en dos: entre una mitad progresista, transformadora, y una mitad que añora lo antiguo, que se resiste a morir”. González Harbour (Madrid, 59 años) acaba de recibir las primeras copias impresas de Qué fue de los Lighthouse (Destino), su última novela, en la que ha querido radiografiar el mundo occidental, fragmentado e inmerso en la batalla del relato.
No hay la menor posibilidad de que no ocurra lo que ocurrirá sin duda, y es que todos vamos a acordarnos varias veces al día de que hace 50 años Franco se murió por fin (para algunos de forma claramente prematura). Pero se murió también una cuanta gente más, alguno con el poder desatado de la extorsión sistémica y franquistamente protegida, como es el caso de José María Escrivá de Balaguer, fundador de una de las sectas más poderosas y destructivas de la España contemporánea, el Opus Dei. Pero entre los muchos muertos que debió haber aquel bendito año de gracia hubo otros dos de particular relevancia, Luis Felipe Vivanco —delicadísimo poeta, arquitecto sin trabajo, diarista excepcional aun secreto en su mayor parte— y Dionisio Ridruejo.
“Creo que estamos ante la recta final del hábito de ir de compras tal como lo hemos conocido hasta ahora”, escribe Mercedes Cebrián (Madrid, 53 años) en el primer capítulo de Estimada clientela. Una celebración del arte de ir de compras (Siruela), un ensayo que combina historia, experiencias personales y reflexiones sobre los comercios y los rituales que los rodean. Cuenta que en agosto de 2020 tuvo “una epifanía” en una tienda de Benetton del centro de Roma. Allí, frente a la Fontana de Trevi, pensó en cómo la pandemia de la covid había modificado los hábitos de consumo y decidió documentar qué había supuesto el ir de compras para la sociedad. Sostiene que igual que hay un “paisaje sonoro” existe un “paisaje comercial”, y lo hace recordando coplas de Martirio y textos de la premio Nobel Annie Ernaux o el heterónimo de Pessoa Álvaro de Campos.