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Dos kilómetros separan la sede en el barrio de Salamanca de Equipo Económico, el despacho investigado como centro neurálgico de una trama de corrupción, con la Real Casa de la Aduana, flamante sede del Ministerio de Hacienda desde el que ejerció con puño de hierro Cristóbal Montoro. Más allá de la distancia física, lo que al juez que investiga el caso le interesa es si la proximidad personal entre quienes habitaban ambas dependencias conformó un tándem organizado para influir en todo un Congreso de los Diputados, en favor de intereses empresariales que pasaban por caja. Un triángulo perfectamente delimitado en los mapas que un juez de Tarragona investiga desde 2018 para aclarar si también estaba conectado de manera oculta e ilegal.
Si Carlos pudiera elegir, preferiría que el tipo malencarado que le ofreció un techo en España no tuviera la mala costumbre de destruirlo todo cada vez que se emborracha. Le gustaría no saber cómo cambiar una cerradura a las tres de la mañana. Que su exmujer embarazada pudiera vivir con su actual pareja en otro sitio y no tener que compartir cama con ellos. Carlos elegiría trabajar de sol a sol, aunque el precio del alquiler se coma todo su sueldo, y no dormir escondido, como un delincuente. Si a Carlos este país le hubiera dado "chance" (oportunidades), asegura, no viviría aquí.
Víctor Salas ha hablado tanto en la última semana que se le seca la boca. Pide algo de agua para seguir contando una historia insólita. Desde el lunes, ha dado un sinfín de entrevistas en Madrid a medios de comunicación nacionales e internacionales para alertar de un “grave error”. El hombre que intentó matarlo en 2016, Dahud Hanid Ortiz, fue repatriado por Estados Unidos desde Venezuela como un hombre libre hace 10 días, el viernes 18 de julio. Fue este superviviente quien dio la noticia a la prensa española, tras recibir un aviso policial.
España acababa de ganar la final del Mundial de Fútbol de Sudáfrica de 2010 y en el Bar Stadium de Pamplona, un local frecuentado por agentes de varios cuerpos policiales, estaba celebrándolo Koldo García, que entonces era escolta de un concejal navarro, cuando entraron una chica y su novio de 16 años. Venían de un concierto en la Plaza de los Fueros, en plenos sanfermines, y ella quería pasar al baño. Mientras, su novio se acercó a la barra a pedir algo. Muchos clientes llevaban la camiseta de la selección española. Un policía de paisano reprochó al chaval, que llevaba una camiseta en la que se leía “Independentzia”, que hubiera entrado al bar, le dijo que “se largara”, lo agarró del brazo, lo sacó a empujones y, una vez fuera, le golpeó. “Lejos de poner fin al incidente”, según una sentencia de 2011 de un juzgado de Pamplona, Koldo García, de gran corpulencia y 40 años, intervino para llevarse con “fuerza” al chaval de los brazos hasta el Bar Sol, “donde le agarró del cuello y le propinó varios golpes” más.
La política española cambia en un instante. En apenas 20 días, el PP ha transitado de la euforia al mal sabor de boca. “Es como si nos hubieran empatado en el último minuto del partido”, lo describe un presidente autonómico del PP. Los populares vivieron exultantes el congreso del partido de principios de julio, marcado por el caso Cerdán y la renuncia del dirigente socialista Paco Salazar por acusaciones de acoso a mujeres, pero solo unas semanas después los conservadores ya no se sienten tan pletóricos. “Nos hemos quedado todos un poco fríos con el caso Montoro y la dimisión de Noelia Núñez”, admite un barón popular sobre los dos escándalos que han impactado a finales de mes en el PP rompiendo su estrategia.
Paula Vega se viralizó en internet en 2023 cuando decidió pasar su luna de miel en Roma para visitar al papa Francisco junto a su marido. Acudieron a la cita vestidos de novios y con el certificado matrimonial. “Queríamos recibir su bendición. Le comenté que era misionera digital y me dijo que le diese caña al asunto”, cuenta. Esta malagueña de 30 años redescubrió su fe hace casi una década y ahora divulga contenido religioso en Instagram, donde acumula más de 56.000 seguidores. Ya prepara las maletas para volver al Vaticano. Por primera vez en la historia, se celebra un Jubileo con mil influencers católicos de 46 países en un Año Santo que pone el foco en el entorno virtual. “La Iglesia se dio cuenta que los jóvenes no están en las parroquias, aunque sí en las redes. Somos la puerta de entrada a la fe. Tenemos el mejor mensaje del mundo, pero hay que saber venderlo”, dice.
Mientras camino por las calles de Tel Aviv, veo a la gente que se apresura de un lado a otro con expresión nerviosa y me es fácil olvidar que estamos en guerra. Los aviones de combate que sobrevuelan nuestras cabezas nos lo recuerdan de vez en cuando, pero normalmente estamos preocupados por otras cosas. Un día, Trump suelta una predicción optimista sobre un alto el fuego entre Israel y Hamás y, al día siguiente, se acuerda de la guerra de Ucrania. Aquí, en Israel, nuestra atención oscila entre una encuesta que muestra que más del 80% de los israelíes quieren el fin inmediato de la guerra y la final de un reality show de cocina en horario de máxima audiencia. De forma periódica, nos sorprende el anuncio de que ha muerto otro soldado. Y, en medio de esta realidad tan contradictoria, hay algo que no deja de aparecer.
A los artistas se les quiere por eso que nos dan, tan inaprensible, que se integra en nuestra vida como parte de lo que somos porque somos lo que nos conmueve o nos sacude, aunque la palabra conmover tenga enconados enemigos. Farsantes. Mandy Patinkin, artista para todo siempre que sea lo mejor, ha conseguido conmover a varias generaciones. A mis oídos llegó, cómo no, aquel célebre “soy Íñigo Montoya, tú mataste a mi padre, prepárate para morir”, porque La princesa prometida forma parte de la infancia de nuestros hijos, aunque el actor prefiera aquella otra del mítico personaje: “He dedicado tanto tiempo a la tarea de la venganza que ahora que todo ha terminado no sé qué hacer el resto de mi vida”. Puede parecer una reflexión demasiado honda para una película de aventuras, pero si lo dice Patinkin refiriéndose al victimismo revanchista sus palabras cobran peso. También fui de quienes lo disfrutaron en Homeland como jefazo de la CIA, aunque la prueba de fuego del artista se dirimió mucho antes en Broadway, en las tablas sobre las que el superdotado Patinkin hizo historia como protagonista de Sunday in the park with George, de Stephen Sondheim. Es un intérprete prodigioso. Con una voz sobrenatural de contralto este judío de Chicago ha conseguido lo imposible: emocionarnos tanto como Judy Garland con una delicadísima versión de Over the rainbow que paseó por diversos late shows en los que además de narrar las consabidas anécdotas exhibió su arte de intérprete superdotado. Recuerdo a Patinkin entrevistado por Colbert, el cómico cuyo programa ha sido cancelado por las maniobras de un Trump que anda luchando enconadamente contra la inteligencia. Pero es gracias a ellos, a la valentía de los Patinkin, de los Colbert, que los estadounidenses decentes pueden soportar tal grado de ignominia, de burricie, y recordar a su vez que la maestría en el humor, en la música, puede servir como arma de resistencia, ya que suelen al chulo donde más le duele, señalando su condición de individuo ridículo. El poder puede destruir al adversario, pero el cómico que recibe las bofetadas siempre se levanta para reír el último. Es la esencia de su oficio.
En 2023, seis países occidentales emitieron, sin quererlo, la más rotunda acusación por escrito que existe contra Israel por el genocidio en Gaza. Lo hicieron al acusar a Myanmar de perpetrar un genocidio contra la minoría rohinyá musulmana. Canadá, Francia, Alemania, Reino Unido, Países Bajos y Dinamarca presentaron ante la Corte Internacional de Justicia una Declaración Conjunta de Intervención definiendo lo que constituye un genocidio, y cada criterio para condenar a Myanmar se cumple hoy en Gaza con evidencias aún más abrumadoras. Los seis argumentaban que “los niños son esenciales para la supervivencia de cualquier grupo como tal” y que su destrucción afecta a su “capacidad regenerativa”, siendo esto una “evidencia clara de intención genocida”. En Gaza, más de 17.000 niños han sido asesinados, el 40% de todas las víctimas. Otro ejemplo: la intención genocida podía probarse mediante “declaraciones de líderes políticos” que deshumanicen al grupo objetivo, citando como evidencia válida el uso de expresiones como “animales humanos”. Ministros israelíes, incluido Netanyahu, usan esa misma terminología, además de referencias bíblicas a la destrucción total del pueblo de Amalec.