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“Moléstate un poco más por mí (…) Si para ti no significa nada mi amistad, para mí mucho la tuya”. El 1 de febrero de 1935 Miguel Hernández fechó en Orihuela (Alicante) la que sería la cuarta y última carta enviada a su admirado Federico García Lorca. El poeta granadino solo le contestó a la primera misiva, en abril de 1933: “No te he olvidado. Pero vivo mucho y la pluma de las cartas se me va de las manos”.
En medio de un cañón a la sombra del monte Sinaí, en el sur de la península homónima de Egipto, el remoto monasterio de Santa Catalina ha permanecido activo desde que, a mediados del siglo VI, el emperador bizantino Justiniano I ordenó su construcción para proteger un templo levantado anteriormente cerca del lugar donde se dice que Dios se apareció a Moisés. Se trata del monasterio cristiano más antiguo del mundo habitado de forma ininterrumpida.
“Tengo que dejar de fumar”, se dice a sí misma mientras enciende un cigarro y da un sorbo al tercer café del día. Nada más levantarse, Sonsoles Ónega (Madrid, 47 años) escudriña las curvas de audiencia. Después, escribe, lee o hace deporte. Es su único momento de paz. “Me he impuesto no ponerme nada a estas horas salvo tú que me has jodido la mañana...”, dispara con una sonrisa cargada de retranca. Tan firme como tierna, es la “primera soldado” de su equipo en Antena 3, de su casa y de su editorial. Termina el curso con su programa siendo líder de las tardes, pero avisa: “Estoy más hecha de tristeza que de felicidad”. Y solo hay que rascar un poco para descubrirlo.
El paso de las películas por las salas cada vez es más fugaz. También merecido. No tengo cifras, pero sí la sensación de que nunca se ha rodado tanto. No solo cine. También infinitas series. Y un exceso de documentales sobre sucesos y personajes peregrinos. Todo ello porque hay que alimentar sin descanso a las plataformas, al entretenimiento o a la fórmula para matar el tiempo (qué tenebroso resulta el enunciado de esa actividad) que adopta tanta gente al permanecer en sus casas. Consecuentemente hay que alimentar al lúdico monstruo a velocidad de vértigo. Da igual que casi todo sea clónico, repetitivo, regido mayoritariamente por fórmulas mediocres o infames. Que no falte en ningún momento la droga, aunque esté adulterada hasta límites cochambrosos.
“El atardecer en la sabana muestra...”. No ha acabado la frase cuando estamos todos dormidos. Documentales, ese refugio de las tardes más allá de las pelis de vaqueros, las telenovelas o los programas cargados de griterío. Para quien consiga verlos, grandes historias y hermosas escenas; para el 90% que cierra los ojos en los primeros cinco minutos, un maravilloso sedante. Los documentales llevan medio siglo dando alegrías a sus seguidores o a sus soñadores, pero como todo en el audiovisual que logra alcanzar el siglo XXI, llega su momento de enfrentar una vuelta de tuerca. Porque, ¿quién va a ser capaz de dormirse viendo a los más pringados del mundo animal, a los loosers, a los monos que les roban las gafas a los turistas, a las aves que son incapaces de cuidar a sus crías y enseñarlas a volar, a las tristes cucarachas que son convertidas en zombis, literalmente, por avispas malvadas?
La franja de Gaza está al borde del colapso y no hay señales de que el horror que viven los civiles vaya a acabar de forma inminente. La guerra dura casi dos años y el bloqueo impuesto por Israel ya supera los 140 días. Mientras, las ofensivas militares continúan, los disparos en los escasos puntos de entrega de ayuda humanitaria se repiten y ya han costado la vida a un millar de personas. Tampoco hay avances en las negociaciones para un alto el fuego y el hambre muestra su peor cara: además de los casi 60.000 fallecidos registrados desde el inicio de la guerra en 2023, unas 113 personas han muerto de hambre, de acuerdo con el ministerio de Sanidad de Gaza, en manos de Hamás. De estos, 48 víctimas, el 42% del total, han muerto en julio. Más de dos millones de personas, es decir, toda la población de Gaza, experimenta altos niveles de inseguridad alimentaria y al menos medio millón pasa tanta hambre que su situación figura bajo la etiqueta de “catástrofe”, la peor según la Clasificación Integrada de las Fases (CIF), un “termómetro” internacional que mide el acceso a alimentos.
Casi 300.000 viviendas han cambiado de manos desde el arranque del año (de enero a mayo, último mes analizado por el INE). Cada una de estas operaciones pone en marcha una maquinaria en la que hay implicados desde notarios hasta empresas de mudanzas. Estas últimas se están beneficiando del bum en la compraventa y el alquiler de viviendas, sobre todo en verano, época en la que aprovechan muchos compradores e inquilinos para hacer la temida mudanza, uno de los eventos vitales más estresantes en la vida de una persona.
Los liberales de Mark Carney se impusieron en las elecciones canadienses del 28 de abril gracias a dos promesas: plantar cara a los embates de Donald Trump y apuntalar la economía del país. Reducir considerablemente la dependencia hacia el mercado estadounidense y mejorar las condiciones para la industria nacional son los ejes primordiales del plan liberal. El Gobierno ha eliminado casi todas las barreras comerciales interprovinciales y ha subrayado que Canadá cuenta con 15 acuerdos de libre comercio con 50 países, además de poner en marcha diversos apoyos para las empresas. Sin embargo, la estrategia contempla al sector energético como la gran palanca de cambio, a través de un espaldarazo que no ha recibido en lustros.
Cleopatra, Isabel I e Isabel II de Inglaterra, la reina Carlota, la zarina Catalina La Grande… en la extensa carrera de Helen Mirren los personajes de grandes mujeres de la historia de la realeza son una constante. Algunos de estos papeles le han proporcionado asombrosos éxitos (el Oscar, Globo de Oro y Bafta que se llevó por la película La reina (2006), sobre la vida de Isabel II) y otros han pasado más desapercibidos, pero todos han contribuido a consolidar su imagen como una actriz más que solvente, un apellido poderoso que no necesita convencer a los espectadores: si sale Mirren, probablemente será buena.
En lugar de mostrar su foto sobre una alfombra roja o luciendo un vientre perfecto frente al espejo del gimnasio, Ana prefiere compartir la foto en la que aparece con ojeras, con una camiseta vieja o poniendo un gesto cómico con los ojos cruzados. Lo hace a propósito. “Pienso que así puedo caer mejor”, explica. “Me da menos vergüenza. Es como decir: ’Si con esta foto alguien me da match, ya hemos pasado una primera prueba”. Ana, que se dedica a la industria del cine y que en realidad no se llama así, aplica esta lógica tanto en redes sociales como en aplicaciones de citas. Y parece ser que no es la única.